41. Saber. +18

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41.

Este capítulo contiene escenas +18, así que si no les gustan, no sé cómo harán :3

Es la primera vez que escribo algo así y se me hizo difícil, así que valoren mi humilde intento

Gracias :3

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Justo como había visto a Adler semanas atrás, María se fue descomponiendo de una forma inexplicable; mostrando unas venas negras y una mirada cristalina.

—María— La llamó, sintiendo que pasaba por una especie de Deja vú, recordando aquella ocasión en la que Adler había pasado por lo mismo.

Ella no contestó, miró a un punto fijo el suelo, sin lograr ver nada con certeza. Todo parecía inteligible desde su punto de vista.

Su cuerpo había empezado transpirar, las venas se hacían cada vez más pronunciadas, y se había visto obligada a abrir la boca para poder respirar.

Al ver como la ropa se le pegaba a la piel, Stefan actuó justo como había hecho cuando Adler pasó por lo mismo. La cargó y acomodó de forma correcta sobre la cama. Le retiró los zapatos, las medias y apartó él cabello rubio de su rostro.

Sus ojos se veían perdidos, rojos y con una capa de lágrimas que no salían. Su rostro se había manchado por las lágrimas negras que habían escurrido por sus mejillas y parecía que su piel iba a ser permeada por las negrura de las venas, pero antes de que eso pasara, su pecho se alzó con algo de fuerza, dándole paso a la primera arcada que por algo razón sintió con mayor ímpetu en su esternón.

— ¡María! — La volvió a llamar, asustado por como la veía. Odiaba tan siquiera que las personas con malas intenciones respiraran cerca de ella, lo que estaba experimentando en esos momentos era simplemente indescriptible.

Por su parte, María solo veía pasar por su mente las mismas escenas que siempre vislumbraba en sus momentos de debilidad, pero en esos momentos las sentía con mayor potencia.

Veía con claridad como su abuela la dejaba sin comida por días, como la sentaba frente al espejo, agarraba su rostro y le decía que si no adelgazaba nunca sería bonita y nadie la querría. Se veía otra vez en su habitación, en las noches llorando sobre su almohada, recordaba el día en el que había vomitado por primera vez, como había comido a toda prisa para poder ir al baño e introducir los dedos en su garganta para poder deshacerse de todo. Recordó sus días en el hospital, como los doctores la miraban, como veía cada vez el número en la báscula más abajo, pero no sentía nada bien, cada vez quería ver más abajo aquel número. Pero ya no tenía más techo que alcanzar, solo era ella odiándose cada que se veía al espejo, por eso en ocasiones agradecía el haber perdido su alma y con ello la capacidad de usar los espejo, porque cada que se viese encontraría de frente a una niña de trece años con su abuela al lado, sin contar de que tenía la certeza de que las manchas blancas en su rostro ocasionadas por el vómito no harían más que ponerla en peor estado. Pero después de todo eso, había algo bueno, había alguien bueno.

Stefan.

El último de sus recuerdos fue el día en el que se conocieron, él día en el que la vio llorando arrinconada en el instituto.

Vio a un Stefan de catorce años, uno que a pesar de todo, seguía conservando un rastro de su inocencia en la mirada. Volvió a oír su voz en proceso de maduración, su atención para con ella.

Él había sido él único que la había aceptado tal y como era, hubiese querido refugiarse en él, pero cómo lo haría si ni siquiera era capaz de reconocerse a sí misma, no sabía cómo llegar hasta él, mucho menos se lo habían permitido, porque su familia ya tenía planes para su futuro amoroso, y no era con él.

Cuando el sol se escondeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora