32. Megan.

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32.

Megan Adelaide Swift.

Fecha de nacimiento: 24 de julio del 2000.

Edad: 13 años.

Lugar de nacimiento: New York, Estados unidos.

Afiliación: Familia Swift.

Leyó la psicóloga, para después alzar su cabeza y ver a la jovencita que había esperado desde hacía ya varias semanas.

Ya habían pasado casi tres meses desde que había tenido su cita con María, la cual había pasado a manos del jefe de psicología de su grado, pero a pesar de eso, ella seguía acudiendo a su oficina, demostrando que no estaba dispuesta a abrirse emocionalmente ante aquel hombre como lo había hecho antes en aquel mismo lugar.

—Megan— La saludó, viendo atentamente a la muchacha de piel oscura y cabello alisado gracias a los químicos—. ¿Cómo estás? — Comenzó preguntándole.

—Bien, ha sido un largo viaje— Admitió, pasando una mano por su cabello intentando arreglarlo para que se viese prolijo y ordenado.

—Según he leído eres una estudiante muy destacada en tu institución, los profesores no hacen más que hablar maravillas acerca de ti— Le dijo, intentando entrar en confianza.

—Sí, los maestros son buenos conmigo— Declaró, esbozando una pequeña sonrisa.

A diferencia de María, Megan se mostraba más abierta y parlanchina, parecía que con ella el trabajo sería más sencillo, ya que, de por sí, su personalidad le brindaba un acceso más fácil a sus emociones.

— ¿Y tus compañeros? ¿Cómo te llevas con ellos? — Tanteó, a la expectativa de cómo serían sus reacciones.

—Ellos... Algunos son buenos— Confesó, quitando de su rostro cualquier demostración de alegría o tranquilidad, cambiando a una expresión de confusión e incomodidad.

— ¿Algunos? ¿Me podrías explicar eso? — Siguió pidiendo la mujer.

—A veces, algunos me señalan y de ríen de mi— Con descuido llevó su mirada alrededor de la estancia, captando la gama de colores grises que lo recubría todo, como si no hubiese vida alguna en aquel cuarto. Le generaba frío e intranquilidad.

— ¿Por qué de burlan? — Le preguntó, muy a pesar de que sabía a la perfección lo que sucedía en el entorno de Megan, sabía sus problemas, ya que, para poder entrar al instituto, se debía de tener algún problema.

—Ellos se ríen de mi cabello, y de mi color de piel. Por eso lo alise, así luce más bonito y aceptable para ellos— Susurró, pasando una mano por su lacio cabello.

—Pero al ver las fotos que me han dado de ti solo puedo pensar que tu cabello es precioso— Intentó animarla, pero sin mucho éxito; los comentarios que había tenido ya habían ahondado muy profundo en ella.

—Las personas no piensan lo mismo... Ellos a veces también hacen cosas malas conmigo— Comenzó a decir. La psicóloga la miraba con atención. Megan soltaba la información con mucha más facilidad que la mayoría de chicos que había llegado a entrevistar alguna vez. Tal vez hubiese sido algo bueno, pero tenía esa sensación de que lo soltaba todo solo porque había estado deseando decirlo todo desde hace mucho tiempo.

— ¿Qué cosas? — Interrogó, colocando una de sus manos sobre su mandíbula, para así sostenerla.

—No sé si deba decirle, las personas como usted tienden a ser malas— Afirmó, en un tímido susurro, bajando levemente la cabeza.

— ¿Personas como yo? ¿Qué quieres decir con eso? — Le pidió que confesara, usando un tono dócil y nada amenazante.

—Las personas blancas. Ellas siempre me miran mal. Son quienes me juzgan. Dicen que soy extraña porque no soy muy negra, pero mi color no es para nada blanco, y que mi cabello es como un nido mal hecho por pájaros, que seguramente los piojos vivirían toda mi vida en mi cabeza. Por eso y otras cosas las niñas no se acercan. No hay muchas personas de mi color en mi escuela, la mayoría, casi todos son así; dicen que las personas negras solo tienen dinero por ser delincuentes, por eso... — Se detuvo de respete, sintiendo sus palmas sudar y sus glóbulos oculares arder. Despabiló varias veces, intentado contenerse.

Cuando el sol se escondeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora