18. Sentimientos.

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18.

La mente podía ser muy compleja; todas las personas en el mundo tenían una distinta, volviéndola así uno de los objetos de estudio más complicados.

Siempre se han subestimado a las personas que dedican su vida a esto, siendo siempre los psicólogos los más más juzgados, ya que, el atrevimiento humano era tan exagerado que era capaz de llamar a esa profesión; una carrera fácil y sin exigencia. Haciendo eso mismo con cualquiera de las ciencias sociales.

Los humanos siempre tienden a creerse mejor que el otro, siempre creen tener el derecho de juzgar al otro, sin saber que, aunque quieran lastimar a los demás, solo logran aumentar ese vacío dentro de ellos, porque no juzgan a terceras personas, se juzgan a ellos, solo que lo disfrazan para intentar disminuir paulatinamente el dolor.

A diferencia de muchos, Dean analizaba todo; su pasatiempo favorito era ese. Sentía una gran necesidad de saber que pasaba por la mente de los demás, sin contar que le gustaba jugar ellos sin que siquiera se diesen cuenta.

Su mente nunca descansaba, siempre estaba trabajando en las cosas que pasaban a su alrededor y las que no. Tenía una mente fantasiosa que siempre se encontraba más allá de lo que veía; eso mismo, siempre sería lo que colocaría delante de todos aquellos que proclamaban estar en su mismo nivel.

—Falta poco— Suspiró, observando todo el panorama desde la ventana de su habitación—. El fin puede evadirse, pero yo soy inminente, imparable e irreparable— Se dio una sonrisa de satisfacción a sí mismo, para después darse la vuelta y empezar a maquinar su plan.

La oscuridad lo permeaba todo.

No había luz.

No había vida.

No había nada.

Solo sentía que respiraba y se encontraba en un lugar seguro. Pero la aversión a abrir los ojos mantenía su cuerpo dormido. Poco a poco se fue percatando se lo que se encontraba a su alrededor. Escuchaba el sonido de unas máquinas a su alrededor y el olor a medicamento era demasiado fuerte para su gusto.

—Erin— Escuchó un llamado en la lejanía—. Erin, despierta- Insistió aquella voz, que bien sonaba tranquila y apacible, tenía ciertos tintes de preocupación.

Intentó colocar todas sus fuerzas abrir sus ojos. Sentía todo su cuerpo más pesado y cansado de lo normal, por lo que le tomó un poco más de tiempo aletear lentamente sus ojos, hasta poder dejar su iris café expuesta ante la luz del día.

— ¿Akihiro? — Preguntó antes de girar su cabeza hacia la derecha y corroborar que allí se encontraba él.

—Despertaste— Señaló lo obvio, sin poder contener un sonrisa en su rostro.

— ¿Qué pasó? — Indagó, claramente aturdida por no recordar nada de los previos acontecimientos. Al escuchar su duda, la sonrisa de Akihiro se borró, dándole paso a una expresión más seria y de cierta forma... decaída.

—Yo no soy la persona indicada para decir eso— Le contestó bajando lentamente la cabeza.

—Él tiene la razón— Concordó una voz a espaldas de él—. Nosotros no podemos darte esa información si no recuerdas nada, lo más prudente es que esperemos a que este pequeño periodo de amnesia se te pase, sino algún profesional podrá comentarte la situación— Explicó Megan, luciendo varios años mayor de lo que era debido a la forma tan formal y sería en la que hablaba.

—Lo que dijo Megan, eso— Siguió Alfonsina, con su clásica sonrisa abierta y andar despreocupado.

Erin los miró a todos con suma atención. Eran tan diferentes todos que, de una u otra forma, se complementaban a la perfección. La seriedad, madurez y porte regio de Megan; la inteligencia, saber actuar y atención de Akihiro; la alegría, despreocupación y armonía que irradiaba Alfonsina, todo congeniaba a la perfección.

Cuando el sol se escondeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora