37. Adler.

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37.

Adler Anton Fischer.

Fecha de nacimiento: 20 de diciembre del 2000.

Edad: 14 años.

Lugar de origen: Berlín, Alemania.

Adler era algo distinto, él era más feliz, más alegre. Su vida había sido marcada por los buenos momentos, tenía una familia muy hermosa que siempre estaba con él y lo apoyaba en todo lo que era bueno para su vida, por lo que a la psicóloga le parecía muy curioso el verlo allí.

Singüeich era un lugar para personas con muchos problemas, y él no parecía tenerlos, pero como ya ella había prendido, las apariencias podían engañar, solo que al leer su expediente, había conocido a la perfección la razón por la que Adler se encontraba allí; aunque casi todo hubiese sido por error.

Lo vigiló por varios días, ya que, había llegado al instituto, pero aun no había accedido a asistir a su primera sesión.

Adler había sido uno de esos casos que hubiesen podido ingresar a base de engaños, como hacían con la gran mayoría, pero él lo había descubierto todo, incluso antes de colocar un pie dentro de las hectáreas que demarcaban la extensión del territorio.

En esos momentos, Adler era un muchacho bastante alto, su longitud incluso sobrepasaba a la mayoría de chicos de su edad; sus rizos dorados y brillantes se encontraban bastante descontrolados y encantadores, dándole un toque divertido y descuidado a esa imagen de ángel que llevaba consigo. Sus ojos verde esmeralda brillaban con esa especial chispa de la juventud, a pesar de las cosas malas que estuviese alrededor de él.

Caminaba por las mañanas por todo el lugar, mirando de forma curiosa pero a la vez seria. Se quedaba por momentos observando las cosas y a las personas, justo como siempre había solido hacer. Hasta que un día, en la mañana, había salido a desayunar un hot dog, sabía que no era nada saludable, pero tenía mucha hambre y le gustaba estar al aire libre, por lo que había decidido salir al enorme patio del castillo y situarse en uno de esos espacios libres que tanto le gustaban, en vez de sentarse solo entre ese montón de personas que vivían su vida a su manera.

Ya casi había arribado su destino, cuando en su campo de visión oscilo una mancha de color caramelo, la cual reconocería después como el largo cabello de una chica. Al ver que una niña se encontraba sentada con una taza de café entre sus manos, se quedó quieto y la inspeccionó con el ceño fruncido. Su piel era casi del mismo color de su cabello; bastante morena y cálida, causando así que le gustara casi en el instante, por lo que endureció más su expresión, pareciendo enojado, pero considerablemente curioso en el fondo.

Al vivir en Alemania casi toda su vida, se había acostumbrado al cabello rubio en todas las tonalidades posibles, la piel bastante clara y los ojos claros en casi todas las personas que conocía. Debido a la migración y todas las personas que viajaban a Alemania, claro que había sujetos que no cumplían con esos rasgos característicos, y podían compartir algunas con ella, pero sentía que nunca antes había visto a un espécimen tan llamativo.

La evaluó de pies a cabeza, sintiéndose cada vez más impresionado por lo bonita que le parecía, y aun teniendo en cuenta que había muchos metros que los separaban, parecía que hacia un escáner profundo a aquella curiosa persona. Tan solo observándola, sintió que transmitía una calidez atrapante y casi embelesadora.

En un momento justo, pensó que él debía verse como un pedazo de queso sin gracia alguna junto a ella. Por inercia, miró la pálida piel de sus brazos y pensó que tal vez el color de la leche era más llamativa que el color de su piel, en cambio, el de ella era precioso. Para cuando fue a levantar la cabeza, por poco se le cae la comida que llevaba entre sus manos, ya que, ella lo estaba mirando, y él demostraba la clara intención de que no quería irse. Por unos segundos, ella entrecerró sus ojos, intentando verlo con mayor claridad; sus problemas de vista no le permitían ver con claridad a las personas a ciertas distancias, por lo que, al momento en que pudo detallarlo bien, relajó su expresión y alzó una mano, dejándolo aún más pasmado y anonadado ante ese gesto tan simple.

Cuando el sol se escondeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora