33. Vania.

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33.

Vania Maxín Ivanov Smirnov.

Fecha de nacimiento: 26 de junio del 2000.

Edad: 14 años.

Lugar de nacimiento: Moscú, Rusia.

Había investigado de él durante varias semanas, su caso la impresionaba, no sabía cómo un chico con esa edad podría soportar el haberse visto envuelto en todo aquel escándalo de fuegos cruzados.

Cerró el folio, le dio un último sorbo a su café y procedió a avanzar por el pasillo, para así poder acudir a su cita. Cuando llegó, se encontró con la típica sala que usaban para hacer la primera entrevista. Junto a la mesa color caoba, había un muchacho rubio bastante pálido. Se encontraba sentado en la silla del otro lado de la mesa. Tenía la cabeza gacha, viendo fijamente sus manos entrelazadas sobre su regazo.

—Vania— Lo saludó, franqueando la puerta y entrando a la habitación. A los segundos de haber oído aquello, el pequeño Vania alzó su cabeza, en su típica expresión de inocencia, pero esta vez siendo acompañada de la confusión.

—Señorita— La saludó en inglés, dejando marcado su acento ruso, ya que, no tenía muchas personas con quiénes conversar en aquel idioma, lo cual le dificultaba el óptimo aprendizaje de este.

La psicóloga se adentró en el lugar y se posicionó frente a la mesa y le dio una cálida sonrisa. El muchacho la miró con atención, dejando en evidencia el azul pálido de sus ojos. Parecía que el mismo estaba compuesto de colores sobrios y sin escándalo, puesto a que, su piel, cabello, ojos y labios tenía colores bastante fríos y carentes de brillo, lo cual solo era la demostración gráfica de la poca luminosidad que había en su interior.

—Es un gusto tenerte... — Empezó a decir, pero se vio cortada ante las palabras de aquel muchacho.

—Yo no lo maté, a él no. Lo juro— Soltó repentinamente, alzando su cabeza y abriendo de manera descomunal sus ojos. Parecía alterado, agobiado y descolocado por todo lo que lo rodeaba.

—Vania, tranquilo, yo no— La volvió a interrumpir.

—Yo nunca he querido hacer algo así— Dijo, con la voz ahogada ante la dificultad que le presentaba el hablar mientras derramaba gruesas lágrimas por sus ojos. Sentía un dolor apabullante y silencio dentro de él, de esos que no parecían hacer mucho ruido en el exterior, pero que en interior eran mortíferos y letales—. Yo solo quería defenderme, por favor no me hagan más nada— Pidió, como si necesitara la clemencia o piedad de alguien más.

Al ver su repentino cambio, de pasar a la timidez y quietud, al desahogo y desesperación. Nunca antes un chico había reaccionado de esa forma. Parecía que temía de todo y todos. Miraba furtivamente a sus lados, esperando algún ataque, y después volvía la vista hacia ella, con una mirada cargada de desesperación.

—Vania, tranquilo, no te va a pasar nada aquí— Le dijo, intentando aparentar toda la calma que no había en su cuerpo.

—No, ellos siempre están— Advirtió él, dejando caer aún más lágrimas, que empañaban su ya colorado rostro.

—No, este es un lugar seguro, aquí nada te pasará, yo no permitiré que te pase nada— Lo calmó, buscando sus ojos para que viese que hablaba en serio.

—Yo no estoy seguro— Susurró, intentando calmar su llanto.

—Claro que sí, aquí estarás bien...

—Ellos solo se quieren deshacer de mí— Confesó, desviando la vista hacia la derecha.

—Te quieren ayudar— Rebatió, mintiendo, ya que, después de haber leído su caso, no le quedaban dudas de que lo único que querían era verlo lejos de casa o muerto.

Cuando el sol se escondeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora