EnyaMi cabeza no dejaba de darle vueltas a lo mismo. Desde que ese hijo de Satanás lanzó su sentencia, todo cambió. Ahora sí que la había pifiado a lo grande.
No solo había perdído mis prácticas, también, sin ningún atisbo de duda, había arruinado mi trabajo secreto en «Ambrosía», porque ambos dependían de las decisiones del hombre que me ceñía contra las cuerdas del mejor ring de boxeo. La pelea no pintaba bien, él portaba claramente el cinturón de ganador.
Tirada en el sofá del piso (que pronto abandonaría) observada a Alba revolotear cuál mariposa, moviéndose sin control de un lado al otro del apartamento. Dejé de mirarla, centrándo mi atención en el techo de color arena que presentaba varios desperfectos, la comparación fue inevitable: mi casa y mi vida se desmoronaban. La voz chillona de mi compañera me arrancó de mis cavilaciones.
—¡Enya! No cuentes más musarañas en el techo y arréglate, vamos a llegar tarde. —Mi amiga, siempre tan optimista, parecía flotar en un mundo de fantasía. Rumiando mi propia desgracia, casi saltó del asiento con el alarido que pegó Alba.
—Me vas a provocar un paro cardíaco con esos gritos, loca.
—Tú, sigue pasmada contemplando el infinito y terminaremos corriendo.— La miré como si le hubiera nacido un cuerno de unicornio en la frente.
—¡Qué demonios! Me ha despedido y tú estás preocupada porque no llegaremos a tiempo a su puto club de mierda. —Moví la cabeza a ambos lados mostrando mi incredulidad.
—Bueno, ¿qué quieres que te diga? Ese cabrón te tiene contra el piso, pero todavía sigues viva, y firmaste un contrato, solo te faltaba que te denuncie por incumplimiento, no vale de nada andar llorando por la tierra mojada, mueve el culo y arréglate.
—Vale, pesada, ya voy —refunfuñé levantándome con desgana.
Llegué al club sintiendo los mismos nervios que la primera vez, aunque causados por motivos bien diferentes. Lo que menos me apetecía era bailar, sin embargo, estaba obligada a cumplir con mi trabajo. A pesar de todas las amenazas del «anticristo», yo no era una cobarde; no escondería la cabeza debajo del ala como un avestruz. Mi madre había parido una luchadora.
❤️
El club se encontraba desbordado. Normalmente, «Ambrosía» siempre colgaba el cartel de completo.
Avancé por el pasillo admirando cada detalle de aquel lugar de ensueño, temiendo que fuese mi última visita.
El club de estilo gótico era impresionante. La sala central impactaba por su majestuosidad. En los extremos destacaban tres soberbias vidrieras que jugaban con la luz. Los muebles de maderas nobles, tallados con maestría, gritaban lujo y poder. Los muros, testigos mudos de numerosas historias, lucían con todo el esplendor que le otorgaban los dibujos, decadentes y lujuriosos.
Me gustaba el papel de Damasco elegido para cubrir varias paredes, pero lo que más me había impactado al entrar en ese recinto exclusivo habían sido las enormes lámparas que pendían de los techos, soberbias y recubiertas de miles de cristales.
Allá donde se perdiera tu vista chocaba con una combinación de cuero y terciopelo que no dejaba indiferente a nadie.
Rodrigo, el artífice de todo aquel despliegue de buen gusto, era un verdadero mago. En definitiva, que todos aquellos elementos combinados le otorgaba al local un aire elegante y misterioso. «Ambrosía» olía a pecado.
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Rendido A Ti- Volumen I
RandomEl Dr. Bastian Tovar pisaba un quirófano y las enfermeras dejaban de sentir las piernas Frío y arrogante, poseía unos ojos satánicos que traspasaban las almas y despertaban el morbo. El cirujano solamente sentía el corazón cuando lo tenía latiendo e...