Capítulo 31 - La Bestia

5.5K 558 71
                                    


Enya

Las sogas se negaban colaborar, me estaba costando cortarlas, solté los nudos de sus pies con dificultad y pude apreciar los roces que marcaban sus tobillos. Estiré mis brazos para alcanzar las cuerdas de sus muñecas. La daga (una maravilla con piedras preciosas) poseía un filo muy cortante, aun así, me vi obligada a impulsar mi cuerpo hacia arriba para imponer fuerza y segar los filamentos.

No lo aseguraría, pero intuía que Bastian llevaba bastante tiempo atado, a juzgar por las marcas de su piel.

Tendría los músculos entumecidos del tiempo que habría mantenido los brazos elevados, y seguramente, necesitaría unos masajes para estimular la circulación. Podría esperar cualquier reacción, incluso que se pusiera a rezar el rosario para redimirse de sus pecados, excepto lo que ocurrió a continuación...

Apenas terminé... cayó la última cuerda y el cirujano realizó una maniobra digna de un piloto profesional, girando a la velocidad de un rayo, y me encontré con su mano, presionando mi nuca, apretando mi cuerpo contra la columna, con mis senos balanceando sin control.

Sin tiempo para pensar, escuché su voz áspera.

-El juego comienza ahora.

Bastian no me concedió tregua, me sujetó la mano con fuerza, arrastrándome con él hasta la mesa (de baja altura), que contenía las bandejas de frutas frescas.

Lo que aconteció en ese instante, ni siquiera lo vi venir... me tiró en el suelo sin delicadezas y mi espalda impactó con la frialdad del pavimento en contraste con la temperatura tórrida que desprendía mi piel.

Se abalanzó encima de mí como un cromañón y robándome el aliento, apoyó mis muñecas a los costados de mi cabeza. Se colocó de rodillas entre mis piernas y con la fuerza descomunal de sus manos las abrió hasta que mis músculos marcaron el límite.

Mi sistema colapsó.

Bastian me miró con cara de pocos amigos y susurró sibilino: -Créeme... cuando te digo que me gustaría atarte, pero no estoy para perder el tiempo. Si te atreves a moverte, simplemente te encadeno.

Me quedé rígida cuál estatua de piedra, amedrentada por la amenaza intrínseca en su contundente afirmación. No me atreví, ni a respirar.

El cirujano rasgó sin consideración mi túnica y el ruido de los desgarros de la gasa envolvieron el ambiente (bastante caldeado) y trozos de la tela sutil se desperdigaron arrugados por el suelo.

-¿Te gusta jugar con la fruta? -indagó con voz amenazante-. Pues, no se hable más.

Sorprendida por la cólera instaurada en su voz, fui testigo de cómo sus manos apresaban las fresas de la bandeja, y con toda la rabia acumulada, las exprimió con saña sobre mi vagina desnuda.

El líquido gélido impactó en la carne de la vulva y se deslizó hasta mi ingle. Apenas pude reaccionar cuando su rostro, sin previo aviso, se enterró con salvajismo entre mis muslos, devorándome con una voracidad que me sobrecogió.

Su cabeza (luciendo un corte militar) se movió como un remolino y su boca ansiosa se colgó de mi clítoris, succionándolo hasta cortarme el aire que necesitaba para respirar, que se había estancado caprichosamente en mis pulmones.

No se mostró delicado, ni gentil, chupaba con el ansia de quien lleva meses perdido en el desierto, su lengua zigzagueaba en tantas direcciones que barrió mi sentido común y lo olvidé todo...
Solamente logré concentrarme en el placer salvaje que ese hombre me estaba dando.

No encontraba mi aliento, empecé a gemir con cada lengüetazo como si fuera a morir, su maestría era tal, que me subía a la nube y me dejaba caer en segundos para elevarme de nuevo hasta el infinito.
Un solo segundo más y alcanzaría la gloria, sin embargo, el monstruo de los ojos hipnóticos no me lo permitió.

Rendido A Ti- Volumen IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora