Capítulo 19 - Atrapada

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Enya

Empujé la pesada puerta con cuidado y el chirrido de la misma me sobrecogió. Intenté deslizarla con suavidad. Mi curiosidad insana me indujo a meter el hocico justo donde no debía; adentrándome en el misterioso cuarto sin sospechar que invadía la peligrosa cueva de un lobo. de la cual no salías ilesa.

Caminé dos pasos antes de frenar en seco, y contemplar absorta una decoración tan sofisticada en un lugar inesperado. Había irrumpido en un despacho privado.

La estancia era más amplia de lo que parecía desde el exterior y rezumaba lujo. Las paredes estaban pintadas con un tono blanco neutro que aportaba luminosidad. Contaba con pocos muebles, pero refinados; a la derecha se situaba una pequeña mesa con dos butacas de color negro, detrás de ellas se ubicaba una repisa integrada en la pared repleta de libros de medicina.

A la izquierda destacaba una mesa alargada de mármol gris, flanqueada por una silla de diseño. El toque de color lo aportaba una nevera roja de estilo retro.

Me acerqué y la abrí, envalentonada por el calor sofocante que me apabulló al entrar; cuatro botellas de variadas bebidas se distribuían en los estantes. Escogí un zumo de uva y disfruté de la frialdad del cristal contra mi piel, aliviando el bochorno de mis mejillas que se encontraban arreboladas.

Avancé hacia al fondo de la estancia alentada por la soledad del lugar, topándome con una camilla de pequeñas dimensiones.

Después de detallar una figura de un cráneo, y un perchero donde colgaban varias batas blancas, llamó mi atención una puerta camuflada en la pared que claramente protegía un rincón privado, la abertura por donde se colaba un halo de luz, la había delatado.

Todo el conjunto distaba mucho de ser un vestuario común y comparado con el cuarto cutre que nos habían designado a las novatas, aquello parecía un hotel de cinco estrellas.

No tenía la mente muy lúcida, seguramente fruto del calor que me invadió y que me obligó a desabrochar los primeros botones de mi vestido camisero. El sudor empezó a resbalar por el canal que separaba mis pechos y la camiseta que llevaba debajo tras el incidente con mis bragas comenzó a sobrarme. Maldije las medias de liga que me había puesto incitada por Alba; eran femeninas y sexis, pero poco apropiadas.

Si no estuviese aturdida, me hubiera percatado de que aquel lugar solo podía pertenecer a un individuo determinado, antes de que mi curiosidad insana empujara la puerta, intentando escudriñar lo que ocultaba el interior, y el ruido infernal de la mole de metal al cerrarse de golpe atentase contra mi corazón.

—La curiosidad mató al gato.

Reconocí ese tono de voz inmediatamente, y me estremecí. Ese sonido se colaba en mis sueños más placenteros, y por supuesto también en mis pesadillas.

Giré mi cuerpo en dirección a la voz que me había sobresaltado, segundos antes de que una música suave envolviera toda la estancia y un aire gélido, me azotara la cara. La botella de zumo que milagrosamente aún sostenía en mi mano fue el objetivo de su mirada.

—Además de deslenguada y curiosa, ahora podemos añadir ratera a tus virtudes —declaró socarrón.

—Yo... solo… —titubeé.

—Tú solo pasabas por aquí y tu naturaleza chismosa te obligó a curiosear.

—Yo no pasaba por aquí —me enfadé conmigo misma por sentirme estúpida, cayendo de nuevo en sus provocaciones.— Me cambio en el cuarto para ratas del fondo.

—El derecho a la privacidad, no lo conoces. ¿Verdad? —interrogó obviando él descalificativo que le había otorgado a su precioso hospital.

—No he cometido un acto tan grave como para montar un escándalo.— Empezaba a cabrearme—. Ahora mismo abandono su santuario y regreso a mi cuadra.

Rendido A Ti- Volumen IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora