Capítulo -35 Maldito

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Enya

Empezaba a creer que algún tipo de demonio había lanzado un maleficio sobre mí, porque me hallaba en el mismo punto de partida.

El doctor Tovar se había marchado dejando como siempre un olor a azufre detrás de él. Tras darle una última mirada a Clara con toda la intención de incomodarla. Me encaminé de nuevo a la habitación del pánico. Bajé los escalones evitando tomar el ascensor, precisamente para ganar tiempo y organizar mi contraataque, porque estaba convencida de que la actitud de Bastian conmigo no sería cordial.

Llegué hasta la puerta de su despacho arrastrando los pies como si me pesaran dos toneladas. Ver al cirujano me ponía constantemente en combate con mi fuerza de voluntad. Lo lógico era que después del trato aberrante que había tenido conmigo, mi mente alzara una barrera que me defendiera. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Todo mi organismo se rebelaba contra mi conciencia y deseaba desesperadamente cruzar ese espacio que nos separaba y comerlo a bocados.

Toqué la puerta con los nudillos, con intensidad y como si viviera un déjà vu, nada ocurrió. Recordé mi visita de la última vez y decidí aprender de mis errores, o tal vez hasta empeorarlos. Aun así, no esperé mucho tiempo. Toqué de nuevo ante el mutismo del anticristo, que no me consideraba lo suficientemente digna para concederme el paso a su averno personal.

Sin embargo, no me amilané y entré.

Decir que me esperaba lo que encontré en su despacho, sería una gran mentira, porque de todo lo que podría haber imaginado; esa escena de mierda nunca hubiera pasado por mi mente.

El despacho privado del todopoderoso Dr. Tovar era magnífico. Cada detalle del mismo rezumaba lujo y estilo. Era de un tamaño amplio y muy luminoso. Los amplios ventanales daban al pequeño parque que se situaba detrás del hospital. Cada parte de la decoración estaba diseñada para intimidar a todos los visitantes. Se respiraba aquella aura de poder que, sin dudarlo, empequeñecía a los que estaban por debajo de su clara posición de superioridad.

Era una mujer curiosa, me gustaba ojear revistas de decoración. Sin embargo, la situación que me encontré evito mi curiosidad y centró mi mirada y toda mi atención en otra «cosa» muy diferente.

Bastian Tovar estaba posicionado detrás del elegante escritorio. Portaba su flamante camisa que mantenía totalmente abierta, dejando a la vista el conjunto de pectorales que se dibujaban en su pecho. El distinguido pantalón gris pendía peligrosamente de sus caderas. El cinto había desaparecido y el botón estaba desabrochado. Mostraba un aspecto decadente que embriagaba, apoyando las palmas de sus manos en la sólida mesa.

Me miro con intensidad apenas unos segundos antes de concentrar su interés en la mujer que permanecía acostada encima de tablero de roble. Se encontraba con las piernas abiertas, la falda enrollada a la altura de sus muslos y un pecho fuera de su camisa de seda. Mi primer pensamiento no fue muy amable, tengo que reconocerlo. Me imaginé arrastrando a esa bruja por su perfecto moño para quemarla en la hoguera como hacían en la inquisición.

«Como gozaría prendiendo esa llama ¡Por dios!»

La figura femenina se levantó y descubrí con estupor a la estirada niña de papá que nunca había tenido que mover un jodido plato; la misma que se convertiría en la señora de Tovar. La pretenciosa se encontraba en una situación bastante comprometida.

«Guárdate esa teta pensé o te lo arrancó de un mordisco».

-¿Usted no sabe llamar a la puerta? -graznó el cirujano, enderezándose completamente, aunque sin mostrar la más mínima intención de cubrirse. No se notaba muy compungido, de hecho sospeché que lo estaba disfrutando.

Rendido A Ti- Volumen IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora