Enya
La noche fue un desbarajuste de hormonas, mi humor fue pésimo. Me pasé prácticamente todo el tiempo haciendo cábalas con mi vida. Rodrigo era una opción mejor para mis intereses, porque ya mostraba un interés inequívoco por mí. Además, su presencia en el hospital me daría más oportunidades. Sin embargo, algo había cambiado la visión que yo tenía de él, su careta de niño bueno se derrumbó ante mis ojos. Yo había conocido a un Rodrigo, amante de la familia y con una veneración absoluta por su madre, un hijo dulce y cariñoso.
Sin embargo, su presencia en Ambrosía, y más concretamente las conversaciones con Dani, me enseñaron otra faceta de él, totalmente opuesta. Rodrigo, al cruzar las puertas del club, se convertía en un tipo oscuro y peligroso. Me gustaba el peligro, no obstante, no sabía si estaba preparada para lidiar con él a ese nivel. Asier era la otra opción, sin embargo, conquistarlo sería difícil. Apenas lo conocía y desconfiaba de que se atreviera a traicionar a su amigo; en el supuesto caso que yo le gustase, algo que nunca había confirmado.
Me estallaba la cabeza y sentía los párpados pesados como si aguantaran el peso de dos losas de cemento. Las clases no habían ayudado y la mala leche de Alba, que se acrecentaba por momentos compitiendo con la mía, tampoco.
Llegué al hospital y me dirigí a mi nuevo departamento. Una de mis compañeras se había lesionado patinando y la gerente creyó conveniente que yo ocupara su puesto. Mi traslado a la planta me había producido varias reacciones: curiosidad, tristeza y alivio. Sentía curiosidad por conocer el trabajo en planta, tristeza porque había tenido que abandonar a Cecilia y alivio, al pensar que sería más difícil encontrármelo en esa área.
Sin embargo, hoy no era mi día y para colmo de males me tocaba turno con Clara, que era lo que comúnmente se podía llamar una «zorra de cuidado». Su obsesión por escalar era tan grande que no le importaba llevarse a cualquiera por delante. Yo estaba firmemente convencida de que trabajaba mucho de rodillas con el Dr. Iglesias, un neurólogo bastante descarado, y avispado si se trataba de asuntos de faldas.
Mi trabajo consistía básicamente en las atenciones más básicas de los enfermos; sacar la medicación e inyectar intravenosas no entraban en mis obligaciones. De eso se encargaban las enfermeras. Personalmente, lo que menos me gustaba era el contacto con los médicos, por varios motivos, no me sentía cómoda cuando me miraban por encima del hombro, aunque normalmente ni reparaban en las alumnas.
Las visitas médicas a las habitaciones eran lo que más le gustaba a Clara, que andaba muy presumida, como si la cirujana fuera ella. Esa mujer era una «serpiente», en cuanto podía te echaba el burro y te lo cargaba a la espalda. En su turno, (que se hacía eterno) trabajabas el doble.
La tarde se presentó movida y pronto los problemas se amontonaron. Casi al principio de la jornada comenzaron a torcerse las cosas; para colmo de males, todos los médicos se pusieron de acuerdo para pasar visita al mismo tiempo, lo cual saturó a Clara que se agobió mucho.
—¡Enya apúrate! —gritó por enésima vez esa tarde de locos—. La señora de la 310 está llamando.
Apenas salí corriendo hacia la habitación de la maniática obsesionada con su gotero, a la que había que cortarle la mano para que soltara el timbre, cuando me chilló de nuevo.
—¡Enya!
¡Maldita sea! Esta tía me va a gastar el nombre.
—Necesito que vayas a la habitación donde está el Dr. Trincado, la paciente necesita una almohada.— No me quedaba otra que obedecer. Precisamente ese era uno de los doctores que no conocía.
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Rendido A Ti- Volumen I
AcakEl Dr. Bastian Tovar pisaba un quirófano y las enfermeras dejaban de sentir las piernas Frío y arrogante, poseía unos ojos satánicos que traspasaban las almas y despertaban el morbo. El cirujano solamente sentía el corazón cuando lo tenía latiendo e...