Damián
Había perdido la cuenta de las horas que llevaba sometido en esa camilla en manos del carnicero de David. El haberme mantenido con los ojos tapados me desorientaba, por consiguiente, desconocía si había anochecido.
Por supuesto, seguía con la cabeza cubierta. Esa situación vulnerable agudizaba mi oído, ya que mi visión era nula, impidiéndome descubrir la carnicería que estaba perpetrando en mi torso el sádico de la pistola de tatuaje.
Notaba miles de pinchazos de la aguja endemoniada penetrando en mi dermis. Tatuarse consistía en realizar una herida en la piel, desencadenando una estimulación de las terminaciones nerviosas. El dolor formaba parte del «juego», pero yo no quería jugar; sin embargo, la tinta se inyectaba en la tercera capa de mi epidermis conducida por la mano maestra de David; cada pinchazo me ponía en tensión, me aterraba imaginar qué clase de tatuaje le llevaría tantas horas. Conocía muy bien su trabajo, no en vano había acompañado a todos los traidores de la habitación, alguna vez a su centro de tortura.
David era sublime, un verdadero artista, y extremadamente veloz. Ya había demostrado ser un gran diseñador; su precisión y agilidad lo convertían en el mejor. Su estudio era el más prestigioso de la ciudad, y el pelirrojo viajaba a menudo a convenciones de tatuajes por todo el mundo para perfeccionar su técnica depurada. Siempre admiré su trabajo, aunque jamás había sido amante de los tatuajes, la profesionalidad y la búsqueda de la perfección eran aspectos que yo valoraba mucho.
Sin embargo, en este momento no admiraba su habilidad artística, todo lo contrario, solamente quería clavarle esa máquina infernal en la yugular.
Escuchaba las risas de todos «los lobos» mezcladas con conversaciones hilarantes y muchas bromas referentes a mi estado actual. Estaba enfurecido, no podía creer que hubiera caído tan fácil en la trampa cuando era obvio que estos gamberros no dejarían pasar la oportunidad para montar una orgía.
No me gustaban los excesos, ni las vulgaridades, les había asegurado que no iba a participar en una despedida de soltero ni borracho…
Me sentía estúpido, un pobre conejo al que habían atrapado con la trampa más tonta y pueril, saliendo de su madriguera, aleccionado por una jugosa zanahoria.Por fin, el ruido de la pistola dejó de taladrar mi cerebro, y el tono de la voz de David tomó el relevo;
—He acabado, ha quedado de puta madre.
Sentí pasos acercándose e imaginé rostros encima de mi cuerpo; admirando la inmundicia que había plasmado en mi pecho el torturador de la maldita pistola.
—¡Eres un artista tío, es una putada pasada! —comentó Asier bastante emocionado.
—Cuando le pase el cabreo le va a gustar —el tono de Damián se unió al coro de voces celestiales de los cantores demoníacos.
—Pienso que nunca le pasará el cabreo, pero si no le gusta tiene toda una vida para acostumbrarse.— No estaba de acuerdo con la opinión que había expresado el traidor de Rodrigo.
—¡Malditos cabrones! — vociferé—. ¿Qué demonios me habéis tatuado?
Asier se cachondeó.
—¡Pero… si está vivo! Estabas tan callado que pensamos que te habías quedado dormido, «angelito».—Quitarme este trapo de la cabeza o me voy a acordar de vuestros difuntos.
—Tus deseos son órdenes para nosotros —proclamó Damián.
Las luces se apagaron, alguien levantó la bolsa que me cubría, e inmediatamente me volvieron a tapar los ojos con un tipo de venda que me volvió a dejar ciego.
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Rendido A Ti- Volumen I
De TodoEl Dr. Bastian Tovar pisaba un quirófano y las enfermeras dejaban de sentir las piernas Frío y arrogante, poseía unos ojos satánicos que traspasaban las almas y despertaban el morbo. El cirujano solamente sentía el corazón cuando lo tenía latiendo e...