EnyaMe desperté con un suave vaivén, escuchando el ruido del apagado del motor que se coló por mis oídos. A continuación, desconcertada, reconocí la voz profunda de Bastian. Mi demonio particular me zarandeaba con suavidad.
—Enya... despierta.— Entreabrí los ojos, adormilada, la luz del habitáculo me mostraba el rostro del cirujano entre sombras. La puerta del coche estaba abierta y a través de ella únicamente se distinguía la oscuridad de la noche. Finalmente, Bastian trató de ayudarme a descender del todoterreno. Por supuesto, tozudamente, evité la mano que me tendía. Bajé con dificultad, cortesía de mis demoníacos tacones. Pisé tierra firme y mi sorpresa fue mayúscula, no tenía ni idea del lugar en el cual nos hallábamos.
Alcancé a distinguir al fondo de la finca donde habíamos aparcado, una casa pequeña al final de un camino empedrado. La puerta de la vivienda se encontraba abierta y haces de luz salían del interior, iluminando la entrada. Unas grandes farolas alumbraban el porche cubierto, proyectando un misterioso conjunto de luces y sombras sobre un viejo balancín que en penumbras resultaba perturbador.
Observé a Bastian con extrañeza y descubrí otro coche pegado al Mercedes donde habíamos viajado. Analizando el nuevo vehículo, me perdí la llegada de Damián. Su tono apacible, tan apartado de su frialdad habitual,
me asombró.—Ya está dentro todo el equipaje. —Le aseguró a mi inédito secuestrador.
—Me voy, por qué dentro de unas horas tengo que pasar por la casa del padre Antón. Necesito cafeína en vena con urgencia. Menuda noche hemos vivido repleta de emociones. No rebases los límites que te marcó Asier, él estará vigilando pero ya conoces a los otros elementos.
—Gracias por todo, amigo
—. Escuchar esa simple frase de los labios del soberbio cirujano, me conmovió. Nunca hubiera imaginado oírla saliendo de su boca. Me pregunté, ¿cuándo se había puesto el mundo al revés.—Siempre en tu equipo, hermano.— Ambos se fundieron en un abrazo fraternal que sacudió los cimientos de mi alma.
El sacerdote se marchó en el otro coche, y yo me quedé mirando de frente a mi diablo de ojos azules.
Con todo el orgullo que me permitieron mis inadecuados tacones, que se clavaban patéticamente en el camino de tierra, caminé hasta la puerta de la casa, dejando atrás el cuerpo fornido del Dr. Tovar.—Enya, espera —detuvo mis pasos con una orden potente. Escuchar mi nombre de forma tan sensual me desequilibró.
¿Dónde había quedado? ¿La niñata? ¿la señorita, o la inepta? Sonreí soñadora, pensando en las vueltas que daba la vida.Bastian se acercó a mí, me volteó hacia él y sin esperarlo, me elevó de un toque a la altura de sus brazos. Pegada a su pecho robusto, lo miré anonadada como si le hubiera salido una cresta en la cabeza.
—La novia debe de entrar en brazos —aseveró con seriedad.
—¡¡Suéltame estúpido!! Yo no soy la novia, solo la idiota que contempló como te casabas con otra.— Golpeé su hombre con saña. Todavía me duraba la desilusión por haber sido testigo de cómo le había colocado el anillo a Morgana. A la desesperada intenté zafarme de sus garras, comenzando a patalear cuál náufrago perdido en el océano.
El Dr. Tovar hizo caso omiso de mis recriminaciones y me aferró más a su pecho. Se mantuvo impasible ante mis intentos patéticos de luchar contra una mole de carne cimentada. Tras varios minutos de lucha infructuosa, capitulé y
me colgué de su cuello, aceptando resignada que no me soltaría.—Mi lady. ¿Qué le parece su casa?
Me bajó en el medio de la habitación y froté los ojos dos veces para asimilar todo lo que se presentaba ante mí. Diferenciándose claramente del lujo extremo al que estaba acostumbrado, esa casa con un estilo rústico, poseía sabor de hogar. La estancia en la que me encontraba era un enorme salón. Se notaba que la decoración era reciente porque muchos de los muebles todavía exudaban olor a nuevo. Otros, por el contrario parecían piezas de anticuario con siglos de historia. Absorta con tanto detalle, escuché a Bastian asegurando con un tono gutural.
ESTÁS LEYENDO
Rendido A Ti- Volumen I
DiversosEl Dr. Bastian Tovar pisaba un quirófano y las enfermeras dejaban de sentir las piernas Frío y arrogante, poseía unos ojos satánicos que traspasaban las almas y despertaban el morbo. El cirujano solamente sentía el corazón cuando lo tenía latiendo e...