Capitulo 46 - El valor

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Enya

Me resultaba difícil aceptarlo, pero el tiempo voló y llegó el maldito día de la boda. Habían transcurrido casi dos meses desde que había tenido el último encuentro con el Dr. Tovar. Prefería que mi mente lo etiquetara así, para mantener la distancia entre los dos, un detalle imprescindible para mantener mi estabilidad emocional.

No acepté el contrato temporal que me ofreció el hospital. Sopese todos los pros y los contras y tomé mi primera decisión madura, utilizando la cabeza. La oferta era
mala, una propuesta de trabajo eventual, solamente para los fines de semana y comiéndome más guardias que un soldado. No tardé mucho en decidir. Mi cuerpo necesitaba reposo, sí, o sí. Asimismo, se me presentaba una oportunidad de oro para alejarme del hombre de quien me había enamorado.

Me negué a acudir a la cena en casa de Morgana. Había sufrido una gran cantidad de desprecios, frases hirientes y miradas por encima del hombro, como si yo fuera una rata en un oscuro callejón a la que debía aniquilar. Me negaba a alimentar su enorme ego.

Ella había nacido en el seno de una familia millonaria dueña del oro necesario para cubrirla.
Bueno, no era algo que a mí me debía preocupar. Como decía mi madre a diario tras el despido de mi padre: «La vida es tan injusta» «Unos mucho y otros tan poco».

Me había dolido tanto la aberración que soltó Alba. Poco me conocía mi amiga si pensaba eso de mí. Adoraba mi ropa de mercadillo. Podía ser feliz con un solo par de zapatos y no cambiaría una hamburguesería por una  restaurante de alto nivel, donde francamente me encontraría incómoda y completamente fuera de mi elemento.

Hasta el momento no había sacado el carnet de conducir, puesto que mi poder adquisitivo nunca fue boyante. No obstante, de haberlo tenido, no necesitaba poseer un deportivo de alta gama. Si podía comprar un utilitario de segunda mano, iba más contenta que un cuco. No me creía menos que nadie por no nacer en una cuna de oro, pero tampoco aceptaba que nadie se creyera mejor que yo por hacerlo.

Si cerraba los ojos y analizaba fríamente la situación, la realidad me daba en los morros. Mi rutina diaria chocaba de plano con la vida de millonario que llevaba Bastian. Incluso reconocía que en muchas circunstancias no podría estar a su altura. Era irreverente y normalmente no pensaba antes de hablar. Odiaba las imposiciones, huía de las reglas y renegaba de los convencionalismos.

Tampoco lucía como una muñeca y me negaba a ser tratada cuál mujer florero, relegada a hablar de trapos y niños. Con respeto a mi vestuario, ir siempre de punta en blanco no era lo mío. Adoraba mis moños desaliñados. Veneraba mis vaqueros rotos y amaba mis ojos a lo panda, que solía lucir muchas veces cuando inconscientemente los frotaba corriendo todo el maquillaje por el párpado.
En definitiva, era la antítesis de la perfecta Morgana. Un desastre con patas largas, si es que mi madre era más lista que un ratón.

Apoyada en la barra de desayuno, observaba atontada como mi mano agarraba la cuchara que revolvía los cereales, creando pequeñas montañas en la taza.

Imaginaba el día que me esperaba...

Mi extraña relación con el cirujano todopoderoso me hizo conocerme a mí misma, me infundió ánimo, y hasta hice un propósito de enmienda, aunque resquebrajarme en un segundo era más sencillo de lo que parecía.

¿Cómo se prepara una mujer para presenciar la boda del hombre que ama con otra?

El hecho de afirmar que sería un momento cruel significaría quedarse corto. Entendía que muchas mujeres no aceptarán mi extraña relación con Bastian. Incluso podía aceptar que determinadas situaciones me hacían quedar como una arrastrada. No obstante, existía una verdad irrefutable; para entenderlo había que vivirlo e invitaba a todas ellas a ponerse en mis zapatos.
Yo era incapaz de controlarlo, me superaba.

Rendido A Ti- Volumen IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora