Capítulo 39 - Bastian

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Bastian

Lancè con inquina la última lata de cerveza al suelo. La noche fue movida.
Estaba tan rabioso, que me clavaría una estaca en el corazón, si con ello consiguiera olvidarla.
Me acomodé en la silla de la cocina tratando de calmar mi zozobra.

Era un cirujano grandioso, conocía cada parte del  órgano traidor con precisión. Durante noches interminables lo había diseccionado hasta el agotamiento, obsesionado por entender su complejo funcionamiento. Me apasionaba el motor que hacía funcionar el organismo de un ser humano.

La parte física la dominaba, pero la emocional me estaba reventando por dentro.

Finalmente, debería darles la razón a los que aseguraban que el poder sentimental del órgano traicionero era demoledor, porque el mío latía desaforado, totalmente fuera de control.

La angustia y algo más... me recorría las entrañas. No conseguía entender qué diablos me estaba ocurriendo. Apenas comía, y dormir toda la noche se había vuelto una misión imposible. Mis párpados se cerraban a causa del agotamiento, sin embargo, mi mente se mantenía alerta. Me resultaba imposible desconectar.

Apenas probaba bocado. Diariamente me machacaba durante unas jornadas maratonianas, soltando la frustración contra mi viejo saco de boxeo. A veces la intensidad del derechazo era tan fuerte, que el objeto inanimado rebotaba furioso, devolvíendome el golpe.

Compartía esa afición por la lucha con mis amigos. Damián era el más presistente, lo había visto golpear la mole de lona hasta la extenuación, mostrando indiferencia a la sangre que corría por sus nudillos ensangrentados. Se flagelaba, machacándose. Su pasado demoledor lo convertio en un sacerdote sin alma, y se refugió entre los muros de su iglesia para expiar sus culpas.

Asier descargaba toda su ira de forma sanguinaria, intentando olvidar las heridas que el paso del tiempo no había logrado curar y Rodrigo...

Rodrigo era un auténtico depravado. Como médico e intimo amigo, había sido testigo y cómplice de noches infernales donde algunas de sus sumisas acabaron con heridas profundas.

No era un sádico, no obstante, le gustaba llevar el dolor al extremo. Practicaba el bdms más perverso. Era un dominante y con los años se convirtió en un amo salvaje.

Disfrutaba de prácticas intensas, y solo así alcanzaba su satisfacción sexual. No obligaba a sus mujeres, ellas acudían a él conscientes de lo que iba a ocurrir. Sin embargo, una vez restringidas en su cruz de San Andrés, el hombre de mirada dulce se transformaba, dando rienda suelta a sus más bajos instintos, y la piedad no se encontraba en su vocabulario. Mi amigo era un lobo con piel de cordero; un auténtico depredador que olfateaba a la presa antes de cazarla. Esa niña tonta jugando a ser mayor, ignoraba la clase de infierno en la cual se había metido.

Me aterraba descubrir hasta dónde sería capaz de llegar Rodrigo con ella. Enya era inocente y desconocía ese mundo sórdido en el cual se movía «el marqués», como era conocido en el submundo que frecuentaba.

Exigirle explicaciones a Rodrigo era impensable. Los cuatro teníamos un pacto de sangre que habíamos jurado. Aun así, tenía que arrancarla de sus zarpas antes de que clavara sus garras sobre ella. No permitiría que corrompiera su inocencia; imaginarla bajo el dominio de su látigo me ponía los pelos de punta.

Debajo de los ojos tiernos de mi amigo y su cara angelical, se escondía la voracidad de un depredador. Un depredador que no dudaría en ponerse delante de la bala que se dirigiera a cualquiera de nosotros. Me atormentaba la culpa. Por mi obsesión de querer separarla de mí de cualquier manera, la había empujado a los brazos del «marqués».

Rendido A Ti- Volumen IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora