Bastian
Seguramente si mi abuelo hubiese sido testigo de mi reacción con esa niña me hubiera armado una buena bronca, sin mostrarse orgulloso de la educación sibarita que le pagó a su nieto. Sabía que no había estado a la altura de mi posición y me torturaba por ello. Nuevamente, me alteré por su presencia. Volví a perder mis estribos cuál pandillero matón y eso me rompió las pelotas.
Aunque, está vez el culpable, fui yo. ¿Qué demonios se me perdió en la cafetería? Si jamás la pisaba.
No me gustaban los lugares públicos, ni mezclarme con mis subordinados en un ambiente relajado. Aborrecía las charlas anodinas e insulsas. Solamente me importaban los debates médicos con criterio y rigor. Precisamente esas conversaciones profundas no estaba dispuesto a mantenerlas fuera de mi espacio laboral. El resto de pormenores banales e insustanciales me sobraban. Por descontado, no me apetecía aguantar con todo lujo la película doméstica soporífera, acerca de sus nietos, que me desgranó mi neurocirujano más profesional.
Empalagado e incómodo, no entendí por qué no me marché. Lo que realmente deseaba era abandonarlo allí torturándole los oídos a otro con anécdotas infantiles infumables, que francamente me importaban un carajo.
Entonces... ¿Qué clase de demonio me había instigado para bajar y padecer ese suplicio? Cuando observé el comportamiento de esa auxiliar con el hijo de Andrea, algo en mi cerebro se removió. Una emoción desconocida me invadió, carcomiendo mis entrañas.
¿De verdad esa «descarada» estaba usando mi UCI para ligar? De todas sus conductas indecorosas, esa fue la peor, la merecedora de mayor sanción. Sin embargo, lejos de expulsarla, la perseguí como un perro rabioso al que le roban su hueso.
Estaba tan aburrido en aquel lugar, rodeado de gente que me estudiaba como si fuera un cultivo de laboratorio, que deseaba largarme. A todos les debió de parecer tan rara mi presencia que cuando entré se instauró un silencio sepultura, o tal vez, el miedo se instaló en sus básicas mentes.
Apenas podía concentrarme en la conversación con mí, colega, solamente tenía ocupada mi mente en una obsesiva vigilancia. Mis ojos traidores se desplazaban constantemente hacia la terraza.
Después... esa patosa se había abalanzado contra mí como un obús, destrozando mi nueva camisa, denotando su torpeza. Ese choque me frustró por varios motivos: primero me molestó su ineptitud, y segundo me enervó el contacto con su cuerpo.
Había demostrado bastante amabilidad, dadas las circunstancias, porque el líquido, aun caliente, me quemó. Por su culpa me descubrí delante de mis empleados, como un hombre irritable, y esa no era la imagen que yo quería proyectar. Pocas veces habían conseguido sacarme de mis casillas, si exceptuábamos a la novata que se había instruido para eclosionar mi genio oculto.
Y ahora... las habladurías acerca de mi violenta reacción con esa niña incorregible, correrían como la pólvora por los corrillos del hospital, como si fuera un paciente contagiado de ébola. No toleraría que una novata me colocara en una posición desagradable y menos aún, que arrastrara el buen nombre de mi hospital por el fango con su conducta inapropiada. Sin ninguna duda, en lo que a mí concernía, apagaría mis fuegos internos de otra manera, pero jamás volvería a meterme en el ojo del huracán, ni en un volcán de emociones, que me trastornaban.
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Rendido A Ti- Volumen I
DiversosEl Dr. Bastian Tovar pisaba un quirófano y las enfermeras dejaban de sentir las piernas Frío y arrogante, poseía unos ojos satánicos que traspasaban las almas y despertaban el morbo. El cirujano solamente sentía el corazón cuando lo tenía latiendo e...