XIII. ¿Competencia?

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Maratón 2/3

La facilidad con la que un tinte tan vistoso se cae es casi una gracia divina. No pasaron demasiados días para que Jimin tuviera que visitar la estética de nuevo, igualmente acompañado por Hoseok.

La señorita le recomendó dejar el decolorado casi tal cual para no seguir maltratando su cabello, por lo que solo le hicieron tratamiento y aplicaron un poco de matizante para que no pareciera cabello de anciano.

El resultado lo dejó casi o más sorprendido que la primera vez. Si antes de pelinaranja se sentía casi un idol, de rubio cenizo lo era. El cabello casi parecía gris, pero tenía que admitir que no era para nada parecido al cabello de abuelito. Incluso el planchado y nuevo corte me sentaba de maravilla, resultando su rostro pequeño y con mejillas llenas, dejando la atención puesta en sus ojos alargados, nariz pequeña y labios voluptuosos.

Ya en el refugio que era su habitación, pudo observarse sin vergüenza. En toda su vida evitó su reflejo por cuestiones personales, una de tantas era el parecido que tenía a su padre. No era mucho, pero a veces la mente lo tendía a engañar y reflejaba otra imagen, una más parecida a su progenitor, con los mismos labios delgados y las mejillas llenas.

Ya ni siquiera lo recordaba bien, ni su voz que todas las noches le cantaba.

El otro motivo no tenía nada que ver con su padre ni mucho menos, se trataba de alguna especie de miedo a sí mismo. Recelo de conocerse y aceptar como verdad lo que el espejo le demostraba. Fue un niño regordete, por decirlo de alguna forma, sus mejillas eran grandes, sus labios también, sus manos como pequeñas salchichas y la escasa altura no era de ayuda.

En la escuela básica su apodo era gnomo, por feo y gordo. La frecuencia del apodo le hizo suponer que era cierto. Lo tenía que ser si todo el mundo lo decía, tantos niños no podían estar equivocados, a pesar de lo crueles que pueden ser su virtud está en señalar las cosas obvias sin pelos en la lengua.

Jimin solo tenía que aceptarlo.

Pero le dolía, no quería ser feo. Porque los feos no encajan en ningún lugar y nadie los quiere. El quid de la cuestión fue cuando jugando se rompió un diente y ahora ni su sonrisa era bonita.

Con el tiempo lo aceptó, dejó de prestarle atención a su imagen y cuerpo, y por lo tanto también lo rechazó de lleno. No lo quería, no lo hacía sentir bien. Ni siquiera cuando comenzó a pasar el tiempo y su cuerpo inició el proceso de crecimiento cambió la imagen mental que tenía de sí mismo. Sus mejillas dejaron de ser rollizas para volverse apenas sobresalientes, dibujando mejor su perfil. Ahora mirándose en el espejo podía darse cuenta de que sus labios nunca fueron amorfos, solo que eran demasiado rellenos para encajar en un rostro tan pequeño como lo fue de niño.

Pasando el dedo por la suave piel de su belfo se dio cuenta que extrañamente encajaban con su rostro ahora. En ese momento que no tenía miedo de enfrentarse al reflejo pudo mirar con curiosidad al sujeto en el espejo. Los ojos no eran tan pequeños después de todo, tenía las usuales bolsas bajo los ojos pero apenas eran perceptibles. Su piel era clara y sin muchas imperfecciones, lisa y suave. Casi siempre pintada de rojo, fue todo un descubrimiento ver esos extraños puntos apenas un tono más oscuros que su piel.

Tenía pecas.

Acercándose al espejo las dibujó con sus yemas, el camino apenas era una caricia superficial pero le mandó escalofríos por todo el cuerpo. Estaban repartidas por sus pómulos y el tabique de la nariz, apenas perceptibles como salpicaduras descuidadas de un artista.

Sonriendo decidió que le gustaban.

Al segundo siguiente ya estaba poniendo el seguro a la puerta, con el pulso cobrando ritmo regresó al espejo de cuerpo completo y se miró. No estaba muy seguro el porque tenía un espejo tan grande en su cuarto si apenas y se miraba en uno, no obstante esa idea ni siquiera apareció por su cabeza cuando retiró una a una sus prendas hasta estar en ropa interior.

Kitten ⤷ 𝑵𝒂𝒎𝑴𝒊𝒏 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora