Extra 2: Fred

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Detestaba las fiestas de fin de año que organizaba su madre. "Intenta jugar con los otros niños" le decía, pero nadie quería jugar con un niño obeso de 12 años. Leslie se había escapado a una fiesta con su nuevo novio y lo dejó solo. Detestaba cuando hacía eso.

Se quedó sentado en un rincón, con la cámara desechable que le regaló su tío Robert. Le gustaba sacar fotos, aunque su padre siempre le decía que era una pérdida de tiempo.

Estaba distraído tomando fotos de los dibujos en las paredes cuando se tropezó y dejó caer su cámara. Aunque nadie lo había visto, se sentía tan avergonzado que no quiso moverse. Era el niño con el que nadie quería jugar, el que nadie notaba ni nadie quería. A veces se odiaba...

Una mano apareció frente a él, recogiendo su cámara.

—Que bonitas fotos.

Se puso de pie de inmediato, reconociendo a la chica frente a él como la hija de una de las nuevas trabajadoras. Las chicas no solían hablarle, así que se puso muy nervioso, sobre todo con lo bonita que se veía con su cabello dorado en una trenza y ese vestido amarillo.

—No me tienes que mentir— dijo en voz baja.

—Yo nunca miento— le aseguró ella. —Eres muy buen fotógrafo.

Su tío Robert siempre le decía lo talentoso que era, pero siendo familia no era muy fiable. Lo mismo aplicaba para los empleados de sus padres. Aquella desconocida tenía mucha más credibilidad que todas las personas que conocía. Y creía que era bueno.

—Gracias... pero nadie cree lo mismo.

Entonces demuéstrales que se equivocan— opinó ella.

Estaba atónito, sin saber si era por sus palabras o por su belleza. Era como una representación viva del sol; dorada y hermosa, con una voz cálida y fresca, brillando con su propia luz.

Le tomó una foto antes de que pudiera verlo, demasiado tímido para preguntarle si podía y sin poder evitarlo. Una musa dorada como esa solo se encontraba una vez cada cien años.

Se despidió antes de preguntarle su nombre, pero daba igual porque no creía volver a verla. Su mamá era tan "complicada" que las trabajadoras no duraban mucho, así que decidió no volver a esa fiesta el próximo año y así no tener falsas ilusiones.

Pero nunca olvidó las pocas palabras que le dijo. Era bueno y debía demostrar que lo era. Desde entonces ya no pudo detenerse. Fotografió cada ser vivo e inerte que se le cruzara en frente que creyera ser interesante y ahorró todas sus mesadas para comprarse mejores cámaras.

Siempre tuvo el apoyo de su tío Robert, sin importar cuanto su padre lo desanimara ni todas las veces que Leslie le sugiriera hacer otra cosa. Iba a seguir adelante, por el bien de su sueño, por agradecer el esfuerzo de su tío Robert para apoyarlo, para demostrarle a todos que iba en serio.

Y por si algún día encontraba a su musa dorada para decirle con una sonrisa y con orgullo que lo había conseguido.

Con eso pasaron los años. Sacó tantas fotos que no pudo contarlas y compró tantas cámaras que tuvo que revender las viejas para comprar nuevas. Empezó una cuenta en las redes sociales para subir sus fotos, y fue muy bien recibido, obteniendo el reconocimiento de su madre.

Pero su primera cámara, la que con tanto esfuerzo le regaló su tío Robert seguía con él, junto con la foto de la musa dorada.

Hizo su primer portafolio y optó por el curso de Artes de Aldrich en vez de el de Ciencias como quiso su padre. El maestro Delaney lo felicitó y lo invitó personalmente al curso de fotografía.

Su padre estaba furioso, pero su tío Robert rebozaba de orgullo.

Después de eso vino lo que él llamaba en su cabeza el "gran horrible" de Leslie. Siempre tuvo el consuelo de pensar que era una buena persona, un hijo decente y un buen hermano, pero ahora todo eso se derrumbaba. Había dejado morir a un inocente que no le hizo ningún mal a nadie.

No merecía nada de lo que tenía. No merecía el apoyo de Robert ni el poco cariño que le daba su madre. Las cosas hermosas del mundo no merecían estar bajo el lente de un monstruo como él.

Consideró dejar el curso de fotografía y tomar el de negocios como quería su padre. Pero fue la persona más inesperada que le rogó no hacerlo. Su madre, la borracha inútil que ni siquiera sus trabajadores soportaban le pidió de rodillas que no renunciara a su sueño.

—Busca ayuda, gatito— le pidió. —Yo convenceré a tu padre.

¿Ir al psicólogo? No creía que fuera a ayudar. La misma psicóloga que atendió a Leslie no pudo hacerlo bien, no podía confiar en ella. Pero no podía seguir así, necesitaba algo. Una señal, por más pequeña que fuera de que podía salir de eso. Un pequeño rayo de luz, solo eso pedía...

Perdido en sus pensamientos, chocó con otro estudiante al doblar una esquina.

—¡Auch! ¿Eres un idiota o eres ciego?

—N-no, lo siento...

Se apresuró a ayudarla a recoger sus libros. Entonces lo vio. Jamás había creído en Dios, pero el pequeño rayo de luz que pidió estaba frente a él. Podría reconocerla incluso entre una multitud.

Musa dorada lo rodeó, molesta, y siguió caminando. Sabía que era ella, incluso si con los años había cambiado un poco (bastante para bien) y algo de su luz se había perdido. Estaba apagada, no era ni la sombra de la niña brillante que conoció. Pero estaba ahí, ese pequeño rayo de luz.

Desde entonces decidió tomar la terapia. No estaba bien hacerlo por alguien más, pero Robert no merecía verlo renunciar a su sueño y quería que musa dorada lo viera triunfar. Ellos habían salvado su vida en más de una ocasión, debía hacerlo por ellos.

—¿Por qué siempre miras a esa chica?

Fred tragó saliva. —¿La conoces?

—Sus poemas son publicados en el periódico— John se inclinó un poco. —También dicen que su novio se suicidó. Ya sabes, ese afeminado de Ciencias que estaba en un loquero.

Tragó saliva. Eso explicaba por qué su luz parecía a punto de extinguirse. Sus poemas eran buenos, pero muy tristes una vez entendías por lo que había pasado la pobre chica.

Decidió no meterse en su camino. Incluso con todo lo que hizo por él sin saberlo, su vida era demasiado complicada para molestarla con sus propios problemas. Solo debía esperar en silencio el momento en que sus caminos volvieran a cruzarse y entonces lo intentaría.

—Tus fotos son buenas, Quinn, pero se ven apagadas— suspiró Delaney. —No tienen la chispa característica que tenían antes. Tienes que volver a encontrar tu chispa, tu inspiración. Tu luz.

Era más fácil decirlo que hacerlo. 

La terapia de esa tarde fue como todas las demás, excepto que musa dorada estaba abajo en la sala de espera. Se sintió tan avergonzado que salió corriendo hacia el jardín trasero y no pudo salir de ahí, no hasta que su quizás primer flechazo hubiera abandonado el edificio.

Al verla entrar al jardín trasero quiso salir corriendo. Pero ella no lo vio. Tampoco lo reconoció de hace 4 años. Se veía tan... triste. Como si hubiera perdido algo tan valioso que nada más en el mundo tenía sentido. Pero a la vez seguía siendo la misma representación del sol que admiraba.

Una vez más, sin esperar su permiso ni poder evitarlo, le tomó una foto.

—¿Acabas de tomarme una foto?

Y eso fue el inicio de todo. Había encontrado su luz.

La Búsqueda del SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora