Quince

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La habitación de Fred era como un cine, con las cortinas cerradas, el televisor grande y el equipo de sonido estéreo. Elly acaparó las palomitas dulces, pero dejó que Fred tuviera las papas fritas.

—Jamás había visto una película de Stephen King.

—Creí que te gustaban sus libros— dijo Fred.

—No suelo ver películas basadas en libros que me gustan.

Además de la música espeluznante y la ambientación, la película no tenía muchas similitudes con el libro, pero no por eso era mala. El brazo de Fred sobre sus hombros se trasladó hacia su cintura, y luego empujó ligeramente hacia él, y antes de darse cuenta estaba sentada sobre su regazo.

Fred apoyó la frente sobre su cabeza. —Eres tan bajita.

—O tú eres muy alto— respondió, sin estar molesta. Siempre había sido de baja estatura.

Elly pegó un salto al ver toda esa sangre saliendo del ascensor. —Esto es muy sangriento...

—Es una película de terror, cariño. ¿Quieres que la apague?

—No, quiero ver qué final le pusieron— negó Elly. —Pero veamos algo más feliz después.

Fred la abrazó sobre su regazo, como si fuera un gatito que buscaba protección, y empezó a darle pequeños besos en la frente y su cabello. Ni siquiera le estaba prestando atención a la película. Ya no podía concentrarse en la trama o la sangre, sino en los mimos que su novio le estaba dando.

Decide tomar la delantera para besarlo. Sabía a dulce y burbujeante. Las manos fuertes de Fred le apretaron la cintura, como si ella fuera a dejarlo si no la sujetaba. Por su reacción, estaba claro que él había planeado llegar a esa situación específica incluso antes de haber puesto la película.

Fred empezó a reír en el beso y tuvo que alejarse para también reírse. Ni siquiera sabía de que reían.

—Muestra algo de respeto, un hombre acaba de morir.

—Yo no fui el que empezó un momento sexy en una película.

Intentó concentrarse en la trama, pero no fue capaz de seguirla, incluso tras haber leído el libro. Había tantas diferencias que no pudo encontrar ningún punto de referencia para seguir. Pero seguía siendo tenebroso, y trataba de no soltar una carcajada cada vez que Fred pegaba un saltito por el miedo.

—No entiendo, ¿El chico veía fantasmas?

—No, era un poder que le permitía ver cosas que los demás no pueden ver.

"Ojalá pudiera tener ese poder contigo", pensó.

Ninguna película les llamó de nuevo la atención, y había sido más larga de lo que habían pensado. Ya empezaba a hacerse tarde, así que decidieron escuchar música hasta que Robert estuviera disponible para llevarla a su casa. La lista de canciones de Fred era extraña, muy colorida en algunos momentos y depresiva en otros. Había mucha música antigua, del tipo que a su mamá le gustaba escuchar.

Tuvo muchas oportunidades de preguntar tantas cosas. Su terapia, Leslie, sus padres. Tantas cosas que deseaba saber, pero a la vez que no podía preguntar. Incluso sin saber a profundidad, entendía que la familia de Fred era complicada, y necesitaba darle su espacio. Pero no significaba que le parecía bien.

Si quería proteger la sonrisa de ese chico, debía estar ahí. Solo eso podía hacer en ese momento.

A Fred le gustaba jugar con su cabello. Con la música suave de fondo, tenía los dedos enredados en su cabellera, cuidando no jalar demasiado fuerte para lastimarla. También improvisó un par de trenzas y enrolló varios mechones para hacer rizos. Si tanto le gustaba, cortarse el cabello no era una opción.

La Búsqueda del SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora