Once

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Elly no había ido al funeral de Robin. Cuando supo que se había suicidado quedó totalmente destrozada. Lloró por una semana entera sin parar en su habitación, no comió nada y estaba hecha un desastre. Su mamá tuvo que sacarla por la fuerza y la llevaron al hospital por una intravenosa, porque estaba desnutrida y no podía tragar la comida.

No pudo ir a visitar su tumba después de eso. Estaba demasiado aterrada y avergonzada. Había recibido una carta pocos días después de la madre de Robin, escrita antes de que se suicidara. Seguía guardada en su caja de objetos personales sin abrir.

Compró un ramo de gardenias blancas, la flor favorita de Robin. Fred insistió en pagarlas, pero no se lo permitió. Conocía la dirección exacta de la tumba dentro del cementerio, la tenía memorizada. Sus padres la visitaban una vez al mes de paso cuando iban a dejarle flores a su abuela, pero ella nunca los acompañó. Como dijo Susan, seguía sin aceptar que Robin se había ido.

La tumba estaba dentro del sepelio de la familia Sage. El apartado de Robin Sage era el único con flores frescas. Debían ser de su mamá, ella iba a visitar ese lugar casi todos los días. Robin había sido su única hija antes de divorciarse del Sr. Sage. Elly estaba convencida de que todo fue culpa del Sr. Sage por haber internado a Robin cuando salió del closet como trans.

Había muerto dos meses después de cumplir 16 años. Y una semana antes de su cumpleaños.

Fred le tomó la mano. Fue justo a tiempo, porque estuvo a punto de salir corriendo con solo pensar de ver el nombre de Robin escrito con letras negras en un frío pedazo de mármol.

No le había contado la historia a Fred, pero él parecía entenderlo sin palabras. Había guardado silencio desde el momento que compraron las flores, y se limitó a seguirla con calma y tomarle la mano cuando parecía estar por derrumbarse.

—De verdad se fue— murmuró para sí misma.

Sintió una fuerte presión sobre el pecho. Pero era distinta a la de sus momentos oscuros, era más suave y menos desagradable, pero no pudo identificarlo. Pudo respirar y mantenerse de pie, algo que no esperaba al ir por primera vez a visitarla.

—¿Estás bien?— le preguntó Fred.

—Creo que sí. No estoy segura— respondió. —Pensé que me sentiría peor, pero me siento normal.

—Eso es bueno. No conocí a esta chica, pero estoy segura de que te quería mucho.

Elly asintió. Ella también la quería mucho, iba a quererla hasta el día de su muerte. Siempre iba a llevarla en su corazón. No quería olvidarla, tampoco pretender que nunca había existido.

—Gracias por acompañarme.

—Está bien, mi musa dorada.

Las manos de Fred eran cálidas y rugosas. Fred era como un punto seguro, donde podía estar tranquila, sabiendo que podía apoyarse en aquel punto de seguridad y sentirse protegida. Iba a entrar ahí y saludar a su amiga después de tanto tiempo.

—¿Elly?

La voz a sus espaldas la hizo petrificarse en el suelo. Volteó la cabeza, esperando que no fuera quien creía, pero resultó serlo.

La Sra. Sage había envejecido demasiado los últimos seis meses, a pesar de ser tan joven. Su cabello empezaba a volverse blanco, tenía gruesas ojeras bajo sus ojos y su piel parecía incluso más pálida que el papel. No quedaba rastro de la mujer hermosa que conoció hace tres años.

—No esperaba verte aquí— murmuró la Sra. Sage. —¿Cuánto tiempo ha sido desde que...?

"Desde que su hija estaba viva", pensó Elly.

La Búsqueda del SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora