Veinticuatro

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La caja de madera en su mesita de noche era especial. Se la había regalado su abuela cuando niña y guardaba todos sus recuerdos valiosos en ella. Fotos, objetos preciados, cartas.

Esta última llevaba sellada un año entero. Le había llegado una semana después de la muerte de Robin. No pudo abrirla. No quería leerla y ver que todo lo pasado era su culpa, que la odiaba por haberla llevado por ese camino, por convencerla de ser ella misma y acabar en su suicidio.

Aquella carta, junto con su teléfono y unas monedas en su bolso elegante fueron todo lo que llevaba para la ceremonia en memoria de Robin ese año. Además de su vestido negro.

Por más que amaba a su familia en ese momento, no quería que la acompañaran. Habían ido en su nombre todos esos años, iba a asistir como correspondía y quería hacerlo sola. Ya tenía toda su determinación en esa tarea y no iba a retroceder.

Había recibido la invitación cordial de la Sra. Sage una semana antes. Iban a ser ella, unos cuantos amigos de Robin y los pocos familiares que no se avergonzaban de su condición. El Sr. Sage estaba desaparecido del mapa desde su divorcio, y tampoco lo necesitaban.

Robert insistió en ir a dejarla, aunque Fred no le dio los detalles. Sus padres estuvieron de acuerdo, siempre que les avisara sobre cualquier cosa. Fred iba también en el auto, con un traje completo aunque con una chaqueta de colores e intentaba mantener una conversación.

No quería hablar sobre Robin en ese momento, así que lo escuchó hablar sobre su sobrina. La visita salió muy bien, las Sousa no le guardaban resentimiento e incluso lo querían en la vida de Rainbow. Iban a prescindir de los servicios de su niñera actual y se los cederían a Fred.

Le mostró todas las fotos que había tomado con su cámara y un par de videos. Verlo tan feliz en las fotos y el la vida real le daban los ánimos que tanta falta le hacían. De verdad lo quería.

—¿Estás segura que no quieres que vaya contigo?— le preguntó por décima vez al llegar.

—Quiero hacer esto sola— insistió. —Pero gracias.

—Estaremos aquí mismo si nos necesitas— le dijo Robert.

—Gracias— le dio un beso en la mejilla a cada uno. Sus sonrisas y su optimismo le eran tan familiares y lejanos que le provocaban nostalgia. —Como me gustaría que Robin los hubiera conocido.

Robert la miró sorprendido. —¿Robin?

—Sí, mi amiga. Robin Sage— asintió, antes de bajar.

Cerró el auto y entró a la pequeña iglesia donde se hacía la ceremonia. Reconoció a un par de viejas tías de Robin que la saludaron con un beso que dejó una marca de labial en sus mejillas, pero las más apartadas del grupo no dudaron en empezar a hablar a sus espaldas.

Reconoció a la Sra. Sage cerca del podio donde estaba el micrófono, donde en una mesa yacía una foto de Robin rodeada de varias flores. Llevaba las acostumbradas gardenias blancas, pero se quedó sorprendida al ver a quien estaba hablando con la Sra. Sage.

Era Simone, con un impecable vestido gris opaco.

—Mon, ¿Qué haces aquí?— les preguntó.

—Vine a ofrecer mis respetos— dijo Simone. —No pude conocer mucho a Robin, pero la querías. Y eso es suficiente para darle mi afecto. Supe que no vendrían contigo, pero pensé que te serviría la compañía.

Dejó las flores junto a las demás. No podía creer que estuviera ahí. Siempre creyó que Simone tenía algo contra Robin e incluso que estaba celosa. Pero estaba ahí. Y aunque deseaba hacer eso sola lo agradecía. Tener a su casi hermana en ese lugar le daba la confianza que necesitaba.

La Búsqueda del SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora