Dieciséis

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Robin jamás se había enojado con ella, incluso cuando estuvo bien que lo hiciera. Siempre le decía con una sonrisa la misma excusa: "Eres demasiado preciosa para mí", pero esa frase solo le dejaba en claro que no confiaba en ella de verdad. Su sonrisa en ese entonces era falsa.

Siempre sintió que a veces la sonrisa de Fred era igual, buscando desesperadamente esconder algo que no deseaban que ella viera. Ganas de morir, una pariente desaparecida, en el fondo no había diferencia. ¿Por qué nunca confiaron en ella, a pesar de quererlos? ¿No era suficiente?

No quería ser preciosa, tampoco una muñeca de cristal que debían proteger para no romperla. Era humana, sentía, podía ayudarlos. Pero nunca podía lograr que se apoyaran en ella.

—Lo siento— murmuró. El ceño de Fred se intensificó. —Sé que sonará como excusa, pero supe de casualidad sobre ella, y tuve tanta curiosidad que...

—Ahórratelo, Elly— la interrumpió, cruzándose de brazos. —De verdad quería creer que mi padre me había mentido. ¿Cómo pudiste indagar en mi vida privada de esa manera?

Elly suspiró. —Lo entiendo, estás enojado. Y no tengo ningún derecho, tienes razón. Pero nunca hablas de ti mismo, y quería saber como ayudarte.

—¡No es tu deber!— exclamó Fred, llamando la atención de unos pocos alumnos. —¡Eres mi novia, no mi salvadora o una especie de Dios! ¡No tienes que salvarme!

—Tampoco tú tienes que salvarme a mí, ¡Pero lo haces! ¡Lo has hecho desde el primer día!— se defendió. —¿Por qué tú puedes y yo no? ¿Cuál es todo este misterio? Tienes tus secretos, lo entiendo, y no te culpo. ¡Pero eso no significa que pases el resto de tu vida ocultándote!

Una estudiante de tercer año se acercó a ellos preguntando si todo estaba bien, pero ninguno le prestó atención. Fred y Elly estaban demasiado enfrascados en su diálogo para escucharla.

—¡Bueno, no es mi culpa que no tengas una vida además de mí!

Hubo silencio. Todos los curiosos alrededor se quedaron en silencio. Elly sintió como si una daga se le hubiera hundido en el pecho. Porque en el fondo esas palabras eran ciertas. No tenía una vida real, pasatiempos o un sueño al que aspirar. Hasta ahora, solo tenía a Fred.

La misma historia se estaba repitiendo frente a sus ojos, y la única culpable seguía siendo ella.

—Elly, no quise decir eso— balbuceó Fred, avergonzado, como si la máscara de enojo se hubiera caído de su rostro. —Estaba enojado, pero no estuvo bien, lo siento.

—Me largo de aquí— anunció en voz alta, pasando a través de todos los curiosos que los veían como si fuera una obra de teatro. Ni siquiera entendía lo que estaba haciendo, o por qué. Solo actuaba como creía que debía hacerlo, y hasta ahora eso nunca había resultado bien.

No podía permitir que la historia se repitiera. El único factor en común debía desaparecer.

Apenas había caminado la mitad del recorrido hacia su propia habitación cuando la detuvieron con brusquedad del brazo, obligándola a darle la cara a la última persona que deseaba ver.

—¿A dónde vas?— le dijo Fred. —¡Tenemos que arreglar esto!

—¿De verdad quieres arreglar esto? ¿O prefieres pretender que nada está pasando, como siempre lo haces?— inquirió Elly, intentando soltarse, pero Fred era más fuerte que ella. —¿Qué te pasa?— preguntó, casi como una suplica. —¿Qué es lo que te hace tanto daño?

La expresión de Fred se suavizó, convirtiéndose de a poco en la de una persona que ve todo el mundo cayendo a sus pies. La soltó lentamente, mirándola como si fuera la primera vez que la veía realmente. Sin sonrisas falsas. Solo dos personas rotas que buscaban reparar a la otra, sin querer repararse a sí mismos. Que al no poder salvarse, buscaban salvar a quién los hacía vivir.

La Búsqueda del SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora