Catorce

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Las manos de Fred siempre estaban frías. Incluso cuando hacía calor. Se sentía bien caminar sujetando una mano fría en el verano, pero en ese momento le causaban demasiadas cosquillas. Era diferente tomar una mano fría a tenerla tan cerca del borde de su camisa.

Fred era bastante torpe, como si nunca hubiera tocado a una chica. Estaba tan rojo que su rostro llegaba a combinar con su cabello, pero ella no debía ser nadie para quejarse cuando sentía que su rostro estaba igual de rojo. Al menos no era la única primeriza dentro de esa área.

El segundo en que sus labios se tocaron, todo dejaba de importar. Solo existían ellos dentro de esa habitación, sin nadie que pudiera lastimarlos. Era un espacio seguro solo entre ellos dos.

Fred era su espacio seguro. Lo había sido desde el principio.

La besó como si estuviera luchando contra sí mismo, en un torbellino insaciable que le quitaba toda la respiración. Sentía que se estaba ahogando, pero se sentía bien. Se sentía correcto.

—He querido hacer esto hace mucho— respiró Fred.

Fue agradable saber que ella no era la única con pensamientos raros acerca del otro. —Yo también.

Sin embargo, Fred no volvió a besarla. Solo la miró, como si nunca antes la hubiera mirado. Recorrió sus ojos, sus mejillas, tomándose el tiempo de contar cada pequeña peca en su rostro, hasta su cuello, su uniforme arrugado y su pecho respirando con fuerza.

—Joder— murmuró entre dientes.

Fred presionó su rostro contra el cuello de Elly. Besó la piel suavemente, experimentando con besos en cada pedazo de piel que podía encontrar y succionando con cuidado. Cada pequeño toque la hacía temblar. Sentía que se estaba derritiendo, quemándose por haber alcanzado al sol. No había urgencia, solo necesidad de más, junto con el calor y el placer llenando sus sentidos.

Luego la mordió con fuerza, y se estaba quemando. Sus dientes hicieron que la piel le ardiera con un dolor extrañamente placentero. Un gemido salió de su garganta, sin poder evitarlo.

Le desabrochó los primeros botones de la camisa, buscando casi desesperado el punto entre su cabeza y su cuello, succionando con fuerza, queriendo dejar una marca en ella, gritarle al mundo que ella le pertenecía. Repitió el proceso en varios lugares, su mandíbula, sus clavículas, su esternón...

Su cabello empezó a estorbar. Fred detuvo sus caricias un momento para apartarlo, tomándolo con las manos. Al momento de correrlo, su mano rozó el punto donde la había mordido, y le ardió de verdad.

—Auch— murmuró entre dientes.

Fred se apartó, y Elly se arrepintió de inmediato.

—¿Qué pasó? ¿Es demasiado?

—¡No! Es solo... no estoy segura.

Los ojos de Fred casi saltan de sus órbitas. —Estás sangrando.

—¿Qué?

Fred saltó de inmediato de la cama y corrió hacia el baño. Elly no podía creer que la burbuja se hubiera reventado de esa manera, sin haber llegado a la mejor parte. Se tocó el cuello, saltando cuando un punto muy específico empezó a palpitar y arder como una herida al rojo vivo.

Cuando Fred volvió, llevaba una toalla húmeda, alcohol y unas curitas. Le presionó la toalla en el cuello, tan nervioso como alguien que espera el resultado de un exámen médico importante.

—No es nada, estoy bien.

—Sangrar del cuello no es bueno. ¿Y si te reventé una vena?— dijo Fred, mordiéndose una uña. —¿Y si te llega a dar una infección?

La Búsqueda del SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora