Tarde por la mañana del 4 de octubre de 1982, Arath de la Torre, el hombre que sería la Muerte, llamó a la puerta de la casa de Roger y le pidió que fuera el padrino de su boda. Roger, que para ese momento ya era padre de dos hijos y una hija, le lanzó una mirada a ese conocido rostro en su porche, quien, como recordarán, creía que llevaba años muerto, y de inmediato se desmayó.
Cuando volvió en sí un minuto después, de la Torre estaba acuclillado sobre él, abanicándolo con un pañuelo.
-Dios mío, pensé que lo había matado de un susto. Habría sido incomodísimo que mi maestro llegara por usted. Me tomé el día por enfermedad. Hola, teniente.
-Usted está muerto -dijo Roger Mirando al fantasma de de la Torre, que se veía increíblemente vivo. Las cicatrices en su rostro estaban mucho más rojas y profundas de lo que debería estar la piel de un fantasma. ¿Los fantasmas pueden siquiera tener piel?
-Muy por el contrario. -Arath le extendió un brazo, pero Roger no lo tomó y prefirió quedarse en el suelo.
-No entiendo. Lo mataron. Se ahogó en un río en Vietnam.
-Ah, no. Pero sí pase un rato ahí abajo. Me ataron bien, ¿sabe? Es verdad que pase un buen tiempo en el fondo, rebuscando entre las piedras hasta que encontré una lo suficientemente afilada como para cortar las cuerdas.
-Usted... ¿Qué hace aquí?
De la Torre sonrío con serenidad.
-Resulta que necesito un testigo para mi boda. Un padrino, si quiere. Usted fue la primera y, espero que me perdone por admitir esto, la única persona que se me ocurrió. No tengo muchos amigos. -Miró su mano, que seguía extendida-. ¿Planea pasar el resto de esta conversación en posición horizontal?
Roger dejó que Arath lo ayudara a levantarse.
-¿Padrino? De la Torre, usted no me conoce. Sólo hablamos una vez, la noche antes de su muerte.
-Sí, pero usted me guardó luto. Luchó para que mi honor se restaurara. Supongo que he desarrollado cierto cariño por usted. Y como el Estado exige que haya un testigo en mi boda, alguien que sepa quién soy, me gustaría que esa persona fuera usted.
-Pensé que lo habían matado mientras yo estaba a cargo.
-Como intenté explicarle en 1972, es muy difícil que me maten.Claro que Roger aún no creía que Arath era el aprendiz de la Muerte, ni aunque su supervivencia fuera excepcional. Pero de cualquier modo lo invitó a pasar a su casa y bebieron leche juntos mientras de la Torre el explicaba que la Muerte también podía amar, y que poco a poco él se había enamorado de la joven vietnamita que lo encontró flotando bocabajo en el río, demasiado débil para nadar hacia la orilla tras varios días luchando por liberarse.
-Querrá decir varios minutos -corrigió Roger.
-Le aseguro, teniente, que fueron varios días.
Roger negó con la cabeza y sirvió otra ronda de leche para ambos. Arath continuó. Le explicó que no estaba bien visto que la parca tuviera una amante. Durante su periodo siendo la Muerte se le concedería larga vida e inmunidad ante esa molestia que es morir mientras estuviera ejerciendo, pero a su pareja no. Como es de imaginar, esto había causado algunos problemas en el pasado. Arath no podía confirmarlo por completo, pero había un rumor de que la peste negra de 1346-1353 fue el resultado directo de la depresión de la parca ante el súbito e inesperado fallecimiento de su joven novio, quien murió en un extraño accidente, de esos que ni la Muerte puede predecir. Atormentado por la desesperanza, caminó por las calles de Europa durante siete años, seguido por docenas de ratas infectadas con la bacteria yersinia pestis. En su luto fue tocando las mejillas de los jóvenes amantes mientras dormían, para que ellos también sintieron su dolor.De la Torre describió el acontecimiento como una "pesadilla logística". Pero de cualquier modo él amaba a esa mujer, Laila, y cualquiera que se atreva a amar se arriesga a perder a su ser amado, así que ¿por qué sería diferente con él? Se consideraba alguien muy poco propenso a la devastación si ella moría, además era joven, atlética y saludable, de modo qué, ¿por qué habría de morir en los próximos cincuenta años? Él seguiría siendo joven mientras ella envejecía, y luego, cuando muriera pacíficamente en sus sueños rodeada por sus hijos, nietos y tataranietos, él entrenaría a su aprendiz para luego retirarse y reencontrarse con ella en el más allá. Aun siendo la Muerte tendría que morir en algún momento, pero podía elegir cómo, cuándo y dónde, una de las pocas ventajas del trabajo.
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Una lista casi definitiva de mis peores pesadillas (AU EMILIACO)
General FictionNo usar elevadores, no visitar espacios abiertos, no acercarse a las multitudes, mantenerse alejado de langostas, gansos, peces, agujas y espejos... Una adaptación a Emiliaco.