Hay rutas más directas hacia la muerte que las polillas y las langostas

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Joaquín la vio un martes por la mañana antes de la escuela, durante la semana previa al 5/50. La puerta del baño estaba abierta y Renata se miraba al espejo. Mientras lavaba su cara, moviendo las muñecas de aquí para allá, él notó brevemente algo rojo: una serie de cortadas que recorrían los brazos de su hermana.
-Debiste ver a la otra tipa -dijo Renata cuando se encontró con los ojos de él y notó que la miraba, y luego cerró la puerta. Ese día se puso manga larga. De hecho, llevaba varios meses usando manga larga diariamente, aunque fuera verano.

Joaquín sintió náuseas. ¿Cómo era posible que alguien tan amado pudiera llevar tanto tiempo sufriendo sin que él lo notara?
Claro que esa no era la primera vez que Renata había estado triste. La depresión es una hija de puta muy escurridiza. Como los médicos de la bebé que creyeron que le habían curado el VIH tras un agresivo tratamiento antirretroviral, pues su carga viral era indetectable, pero en cuanto le quitaron el tratamiento, la enfermedad volvió. Al igual que el VIH, la depresión es campeona en las escondidas. Se oculta en los rincones más profundos de la mente, esperando a que los muros con los que la contuviste terminen por erosionarse. Puede pasar meses o años en niveles indetectables. Estás feliz y estable y crees que ya te curaste, que eres un sobreviviente, y de pronto, regresa de la nada. Imagínate sobrevivir al hundimiento del Titanic o algo así y pensar que lo lograste, que sobreviviste, que le ganaste el juego a la Muerte, pero unos años después, el Titanic comienza a perseguir a todos los que escaparon, matándolos uno por uno en las calles de Nueva York. Es como una película de terror y venganza tipo Sé lo que hiciste el verano pasado, pero con un buque de miles de toneladas como el psicópata asesino, flotando en un mar de niebla.
Así de irracional es la depresión.

Renata le temía a la oscuridad y por tanto eso la mataría. Así funcionaba la maldición. Joaquín siempre se había preguntado exactamente cómo la mataría la oscuridad; fue hasta esa mañana, con la imagen de sus muñecas marcadas tatuada en su cabeza, que comprendió que la oscuridad puede vivir en una persona y comérsela desde adentro.
Así que mientras esperaba a Elizabeth y a Ren en el auto, hizo algo que odiaba profundamente: llamó por teléfono.

Emilo contestó luego de tres tonos.
-¿Qué pasa, Bondoni? -dijo. Sonaba cómo si estuviera comiendo cereal.
-Me da mucho miedo perder a Ren. Que la maldición la mate antes de que podamos acabar con ella. No nos estamos esforzando lo suficiente.
Emilio se quedó en silencio por un momento.
-Si realmente te preocupa tu hermana, quizá debería ir a terapia o algo así. -Y eso era lo que la gente siempre dice al saber que alguien tiene una enfermedad mental.
Como si fuera tan fácil de tratar, arreglar y curar. Joaquín pensó en a quién podría decírselo. Pensó en a quién le importaría lo suficiente como para hacer algo para ayudar a Ren. ¿Sus padres? ¿Esas personas tan hundidas por sus propios miedos que apenas podían funcionar? ¿O quizá a un conserje escolar? Alguien que al mirar a su hermana no la viera como el ser humano complejo y brillante que era sino como un problema por resolver, una enfermedad por medicar, una oscuridad por encerrar.
Para Joaquín tenía tanto sentido romper la maldición como ir con un terapeuta. Quizá incluso más.
Como él no dijo nada, Emilio cambió de estrategia y su voz volvió a ser ligera y divertida.
-Mira, no es mi culpa que le tengas miedo a un estúpido Hombre Polilla que no va a llamar la atención de la Muerte.
-Te informo que el Hombre Polilla provocó la muerte de cuarenta y seis personas durante la caída del puente Silver en 1967.
-¿Por qué me llamaste? Por lo general soy yo quien tiene que hacerlo. Pensé que odiabas hablar por teléfono. Está en tu lista.
Joaquín revisó la aplicación del clima en su teléfono.
-Creo que tengo una idea para el domingo. Algo desquiciadamente peligroso que muy probablemente nos llevará a un desenlace funesto.
Emilio masticó su cereal ruidosamente y luego tragó.
-Eso sí me gusta. Le entro.

Quizá Renata buscaba a la Muerte, pero Joaquín estaba decidido a encontrarlo primero.

Una lista casi definitiva de mis peores pesadillas (AU EMILIACO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora