En la lista de cosas extrañas en esa casa, Joe, el enorme gallo negro con un encendido penacho de plumas que le salía del trasero, era sin duda una de las más raras. Elizabeth se lo compró a la mujer lituana de la tintorería por mil dólares tres años atrás, y desde ese momento Joe se había dedicado a sembrar el terror en la casa. ¿Por qué alguien pagaría tanto dinero por un gallo? Porque, según la mujer que se lo vendió, Joe, el gallo, en realidad no era un gallo; Joe era un Aitvaras, un duende sobrenatural capaz de traer buena suerte a quienes vivieran con él.
Joe, hasta ese momento, no había hecho más que ser un gallo, pero eso no evitaba que Eli creyera con todas su fuerzas que traería riqueza y sustento al hogar si lo trataban bien y que al morir se perdería entre las llamas de su propia combustión espontánea.Emilio masticó lentamente sin quitarle la vista de encima a Joe, Joe también lo miraba, meciendo la cabeza de lado a lado, porque eso es lo que hacen los gallos.
-Cuéntame, Emilio -dijo Elizabeth, entablando ese tipo de plática que surge cuando ya no tienes nada que hacer después del sexo-, ¿qué haces en tus ratos libres?
-Maquillaje de efectos especiales, más que nada -respondió Emilio, con la boca llena de lasaña de establecimiento ligeramente quemada, la especialidad de Eli-. Heridas de bala, cortes en la frente y moretones, y eso.-Emilio le lanzó un gesto apenado a Joaquín, quien lo miró con los ojos entrecerrados y la lengua presionada tras sus dientes. Pedazo de porquería. Así que la mejilla hinchada y la cortada en su ceja en la parada de autobús sí eran falsas.
-Que habilidad más conveniente -dijo Joaquín despacio.
-Es útil a veces -respondió Emilio con un guiño.
-¿A eso quieres dedicarte cuando seas grande? -preguntó Eli.
-Mamá, no tiene siete años.
-Perdón, ¿cuando te gradués?
-Sí, supongo que me gustaría trabajar en películas. Practico cuando puedo con tutoriales de YouTube. En este momento estoy aprendiendo a hacer prótesis, como narices falsas y eso. Mi papá lo odia, dice que no ganaré dinero con eso, pero de cualquier modo estoy ahorrando para ir a la escuela de cine sin que él lo sepa.
-Oh, Joaquín hornea postres para ir a la universidad. ¿Tienes trabajo?
-Eh... es más como una cosa empresarial.
Joaquín no logró contenerse y dijo
-O sea, que le roba a pobres incautos en las paradas de autobús.
Emilio pareció apenado, pero se encogió de hombros.
-Al menos sabes que lo que te robaron es para una causa noble.Joaquín iba a responder, pero en ese momento, Joe decidió endemoniarse y se bajó del hombro de Eli para hacer un escándalo descomunal en el centro de la mesa (probablemente porque Pulgoncé estaba dormida en el regazo de Emilio y por tanto recibía más atención que él). Volaron velas y lámparas. Los platón terminaron rotos en el suelo, y su comida a medio terminar regada por toda la mesa, el piso y las paredes. Joe graznó y aleteó al terminar su trabajo infernal, y luego se fue a la cocina a aterrorizar a los conejos.
Cuando se fue, Elizabeth pasó las manos sobre la cera y la lasaña tiradas, con los ojos cerrados.
-Se acerca algo grande -anunció con tono ominoso-. Esto es un mal augurio.
-Un mal augurio para mí estómago -agregó Renata, quien recogía su cena del suelo.
-Será mejor que te vayas -le dijo Joaquín a Emilio, quien, como era de esperarse, no protestó.La noche era tibia y llena de humedad. Los gallos chirriaban en los robles. Los ojos turcos cantaban suavemente.
-¿Alguna vez has sentido que odias a tu familia? -preguntó Joaquín.
Emilio soltó una risita.
-Todo el tiempo. Creo que puedes amar a alguien y aún así no estar de acuerdo con lo que hacen. Tú familia... es rara, pero te ama.
-Ya sé.
-Entonces, ¿de qué se trata esto? -dijo Emilio mientras sacaba la lista que le robó en la parada del camión. Tenía seis años de existencia y estaba desgastada de las orillas, con una escritura apenas legible.
Joaquín detallaba sus miedos (3. Cucarachas). La letra mejoró un poco en el registro que hizo con tinta azul un día antes de que Emilio le robara la lista (49. Polillas y también los hombres polilla). A lo largo de los años había ido pegando con cinta más papel y trozos de cartulina de colores a fin de poder tener espacio suficiente para consignar todas las cosas que le parecían lo bastante atemorizantes como para un día convertirse en su mayor miedo. Había también fotografías, pequeños diagramas, definiciones impresas y mapas de calles, ciudades, países u océanos que debía evitar a toda costa.
-Los miedos no pueden convertirse en fobias si los evitas, y las fobias no te pueden matar si no las tienes -explicó, recuperando el frágil documento. La lista era su mapa de vida en los últimos seis años: la oscuridad aparecía en el número dos, casi cuando Renata desarrolló su fobia a la noche. Las alturas eran el número veintinueve, luego de la primera vez que fueron a New York y a él le dio un ataque de pánico en lo alto del Empire State. Miedo a miedo, Joaquín había construido una lista de todo lo que la maldición podía usar para atraparlo, cada debilidad que podía aprovechar para colarse en sus venas. No podía vivir como el resto de su familia.
La maldición ya se había llevado a tres Bondoni:
El primero fue el tío Ben, hermano de Uberto, quien tenía miedo a los gérmenes y murió de un resfriado común. Renata dijo que él mismo lo atrajo tras dos décadas de tomar antibióticos innecesarios, sellar su casa al vacío para que no entrará nada del aire de afuera y usar cubrebocas siempre. Su sistema inmunológico era tan frágil por la falta de exposición a las infecciones que un débil virus bastó para matarlo; el siguiente fue Adrián, primo de Joaquín, quien le tenía miedo a las abejas. A los catorce años golpeó un panal en un campamento de verano y mientras intentaba huir de los piquetes, cayó a un barranco. Renata sostenía que fue el barranco lo que lo mató, no las abejas; por último, Canela, la perrita de su abuela. Le tenía miedo a los gatos, y fue uno de ellos el que la perseguía cuando se lanzó a la carretera y la arrolló una camioneta Explorer.
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Una lista casi definitiva de mis peores pesadillas (AU EMILIACO)
General FictionNo usar elevadores, no visitar espacios abiertos, no acercarse a las multitudes, mantenerse alejado de langostas, gansos, peces, agujas y espejos... Una adaptación a Emiliaco.