1/50: Langostas

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A la mañana siguiente, Joaquín despertó temprano, se puso un crop top negro, jeans blancos y sus tenis Reebok rojos, y esperó la llegada de Emilio. Estuvo caminando de un lado a otro por toda la casa durante media hora y decidió enviarle un mensaje diciéndole que estaba enfermo, porque pensó que retar a la Muerte no era una idea brillante después de todo.

Emilio no respondió, por lo que asumió que ya se había librado y nunca tendría que volver a verlo, lo cual hizo que Joaquín se sintiera aliviado pero a la vez un poco triste. Era el último domingo antes de que comenzaran las clases después de las vacaciones de verano, y debía ponerse a hornear si quería escapar de la atracción gravitacional de ese agujero negro que era su pueblo, pero una pequeña parte de él tenía curiosidad sobre Emilio. Una pequeña parte de él se sentía en paz cuando estaba cerca. Una pequeña parte de él lo extrañaba cuando no estaba por ahí; eso no podía ser bueno de ninguna forma. Joaquín aún tenía sentimientos por Emilio, y éste ya lo había dejado una vez. ¿Quién le aseguraba que no lo volvería a hacer?
No pasaron ni diez minutos cuando el sonido inconfundible de una motocicleta estacionándose afuera de su casa lo hizo salir de sus pensamientos. Joaquín salió corriendo al porche.

-¿Alguna vez te vistes como una persona normal? -fue lo primero que dijo Emilio al verlo.
-Sí sabes que tú te ves como si hubieras ido a comprar ropa usada con Macklamore, ¿verdad?
Emilio no pudo evitar reír ante el comentario pero luego Joaquín recordó que estaba terriblemente enfermo y fingió una tos.
-Te lo dije, tengo sarampión.
-No tienes sarampión.
-Estoy enfermísimo de sarampión.
-Tú no tienes sarampión.
Joaquín levantó sus manos en señal de rendición.
-¡Bien! Es una idea estúpida, Emilio. No quiero hacerlo. -dijo mientras hacía un pequeño puchero.
-Esa no es una excusa que esté dispuesto a aceptar. Aunque hagas pucheros.
-¿Cuál sí estás dispuesto a aceptar?
-Que tienes que retapizar urgentemente un sillón.
-Esa es una excusa estúpida.
-Lo sé -dijo Emilio con una sonrisa- y como no puedes usarla en este momento, esa será la única que aceptaré. Además, ¿crees que voy a abandonar a mi bebé como si nada? ¿Dónde está mi pequeña Pulgoncé? Dile que ya llegó papá.
-Ugh, bueno. Pasa, está en la sala -dijo mientras rodeaba los ojos.

Joaquín creía que el diagnóstico de Uberto de una contusión probablemente sería algo más permanente. La lengua de la gatita le colgaba de la boca y tenía la cabeza ladeada, de manera que cuando caminaba, lo cuál aún no lograba hacer muy bien, se movía en diagonal, como si su cabeza estuviera cargada de arena hacia un lado. Emilio no parecía notarlo. Se sentaron en la sala y él le dio sustituto de leche para gatitos con una jeringa, gota a gota.
Mientras alimentaba a Pulgoncé miró alrededor, observando las paredes vacías, los montones de velas y lámparas en cada esquina de la habitación, la pila de muebles abandonados que bloqueaba las escaleras, las ramas de hierbas secas colgadas en cada ventana y en cada puerta, el conejo que había escapado de la cocina y ahora mordisqueaba el sofá.

-Supongo que no reciben muchas visitas, ¿verdad?
-Oh, no, tenemos fiestas a cada rato. Lo que pasa es que la gente siempre nos trae lámparas de regalo. Se está volviendo un verdadero problema. -habló Joaquín con total sarcasmo.
-Déjame ver tu lista -dijo, y él obedeció. Emilio desdobló con cuidado el papel y lo repasó, haciendo comentarios como "mmm", "okey", "no sé bien qué sea eso, pero bueno. Y finalmente- Carajo, tendré que pensar en este. ¡Eso sí que da miedo!
Iremos de abajo hacia arriba -anunció y le devolvió la lista a Joaquín, quien seguía sin entender bien qué estaba pasando.
Emilio dejó a Pulgoncé en su cama y le entregó un casco a Joaquín.

Manejaron por un rato, y terminaron a las afueras de las afueras de las afueras del pueblo. Hacía calor, pues los restos del verano seguían aferrándose a todo. No había mucho más que campos de hierba tostada por el sol, meciéndose como si estuvieran bajo el mar. Emilio se detuvo frente a un letrero que decía: PROPIEDAD PRIVADA. SE DENUNCIARÁ A QUIÉN ENTRE.
-¿A dónde vamos? -preguntó Joaquín mientras bajaba de la motocicleta y seguía a Emilio hacia la maleza más allá del aviso. En ese momento, su cerebro decidió que era una buena idea recordarle que el Asesino del Zodiaco nunca fue atrapado, y aunque Emilio era un tanto joven para haber asesinado a ocho personas en los sesenta, para una persona ansiosa la lógica se va al carajo, así que buscó las llaves de su casa en la bolsa de su pantalón y las acomodó entre sus dedos por si él intentaba estrangularlo. Caminaron durante quince minutos por un camino lleno de ramas que lograban arañarle las piernas.
Y luego, desde algúnugar cercano, se escuchó el sonido del golpeteo del agua en una playa. La maleza cedió y un lago de agua clara apareció frente a ellos. No había nadie más. Los rayos del sol se colaban entre la niebla matutina que flotaba sobre el agua y le daban a todo un brillo ambarino. La playa de piedras blancas estaba llena de basura del lago, como algas, conchas, trozos de vidrio verde pulidos por las olas. El viento silbaba. El agua mantenía su vaivén. Era hermoso, si te parecen bellos los comienzos de las películas de terror.

Una lista casi definitiva de mis peores pesadillas (AU EMILIACO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora