6/50 Acantilados

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La noche previa al 6/50, Joaquín no pudo dormir. Estaba acostado en su cama, dormitando, cuando sintió una de esas descargas en el cuerpo que son como si te calleras por las escaleras. La sensación lo dejó completamente consciente, y su cerebro de pronto le presentó una imagen de una ola estrellándose contra su casa; las ventanas quebrándose y él mismo aplastado entre la pared y los escombros. Un tsunami. Vivían a una hora de la costa en auto, así que el miedo era completamente irracional y él lo sabía, pero eso no evitó que aquello se le repitiera una y otra vez en la cabeza y que una ola de adrenalina lo recorriera por dentro cada vez que pasaba.
Tras dos horas de fracasos en su intento de salvar a Renata y ahogarse en las aguas oscuras de su habitación, renunció a dormir, tomó las sábanas y cobijas de su cama y fue a acostarse en la banca de la cocina, que le pareció un lugar considerablemente seguro por si se daba el caso poco probable/imposible de que hubiera un tsunami, después de todo, la madera flota. Esto no era un fenómeno nuevo. La primera vez que le llegó la cascada del miedo tenía once años, y el terror irracional que lo mantuvo despierto fue que un puma (que no eran nativos de su región, y de hecho ni siquiera se tenía un avistamiento por ahí) iba a colarse por la puerta trasera (que estaba asegurada), cruzaría la casa hasta la puerta de su habitación (que estaba cerrada) y lo mataría a mordidas. Se pasó toda la noche en la habitación de Ren mirando a la puerta, esperando, esperando el momento en que el enorme felino llegara a comérselos.
Estaba tan seguro de que pasaría. Y no pasó, lógicamente.

Cuando llegó Emilio por la mañana, Joaquín aún no había dormido. Le ardían los ojos y no tenía ganas de llevar a cabo el plan estúpido e inconsciente que él tuviera para ese día. El miedo era "acantilados"; siempre sería malo.
Así que esa vez sí usó su excusa ridícula de dedicarse a la sombrerería para escapar de enfrentar su miedo por unas horas. Se sentó con Emilio en el sofá amarillo e hicieron sombreros con cajas de cereal, rollos de papel higiénico y alambre que sacaron de la basura. Emilio incluso le puso pequeñas flores y mariposas de papel al suyo, y confeccionó una pluma con pañuelos desechables.
-Qué engreído- masculló Joaquín, negando con la cabeza cuando Emilio se puso su sombrero y comenzó a pasearse por la sala dando sorbos a una imaginaria tacita de té.
Luego llegó el momento de tentar a la Muerte. Emilio le dijo que se pusiera ropa de playa. Lo único que tenía era un disfraz de traje de baño que compró en una tienda de segunda mano, una monstruosidad a la rodilla estilo comienzos del siglo XX con todo y rayas amarillo claro y cuello Peter Pan. Cuando se lo puso, Emilio pasó dos minutos enteros tirado en el suelo por la risa.

-Los toques finales -dijo cuando logró recuperar la compostura, y se quitó el sombrero de cartón que llevaba en la cabeza para ponerlo en la de Joaquín y amarrarlo bajo su mentón-. Listo para un día de playa en 1900.
-¿Cuál es mi excusa aceptable para la próxima semana?
-Estarás muy ocupado en una cita con Emilio Marcos como para ir a un maizal.
-No salgo con chicos que se burlan de mi excelente gusto en trajes de baño.
-Me preocuparía que alguien no se riera de tu gusto en trajes de baño.
-Emilio, ponte serio. Tenemos que enfocarnos en la lista. Me preocupa Renata.
-Pues tráela con nosotros; involúcrala en las pesadillas. Les haría bien a ella y a Azul. Y lo dije en serio. Sal en una cita conmigo.

Emilio lo miraba fijamente y esperaba su respuesta. Joaquín sintió algo extraño en el pecho, como si acabaran de jalar un hilo alrededor de su corazón hasta tensarlo. Era algo que ya había sentido antes, cuando estaban en la primaria y Emilio se sentaba con él durante el receso para evitar que los niños malvados se burlaran de él.
Joaquín recordaba la manera en que la ceja de Emilio se arrugaba y la ferocidad en sus ojos cafés. Decían: "Nadie se meterá contigo mientras yo esté aquí". Eso mismo decían en aquel momento, y Joaquín quería creerles, porque Emilio era hermoso y bueno y olía como la felicidad condensada en forma de persona.
Pero ya una vez lo había hecho sentir seguro y luego se fue, y él aún no se había olvidado de lo mucho que duele confiar en alguien para que luego te decepcione.

Una lista casi definitiva de mis peores pesadillas (AU EMILIACO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora