A Joaquín le tomó alrededor de tres horas y media caminar hasta su casa a las afueras del pueblo, el cual se había extendido en dirección opuesta a la que los desarrolladores tenían planeado, lo que dejó a su vecindario en medio de la nada.
En el largo camino hasta allá, el cielo se abrió y soltó un torrente de agua, así que para cuando Joaquín llegó a los escalones de la entrada, estaba empapado, lleno de fango y temblaba.El hogar de los Bondoni brillaba, como siempre, cual gema fluorescente en una calle oscura. Una suave brisa soplaba entre los árboles crecidos en el jardín de enfrente, como un bosque en pleno suburbio. Unos años atrás, algunos vecinos se quejaron de las luces constantes. Elizabeth respondió plantando ocho robles en el jardín, que en aproximadamente seis meses pasaron de ser unas cuantas ramitas a los gigantes que ahora envolvían la propiedad. Conforme fueron creciendo, Eli decoró sus ramas con ojos turcos, cientos de ellos, y aquellos cristales azul, negro y blanco interpretaban una canción escalofriante cada que el viento los movía. Ella decía que eran para alejar el mal, pero hasta ese momento a las únicas personas que habían logrado asustar eran a las pequeñas scouts, a los Testigos de Jehová y a unos cuantos niños en Halloween.
Renata estaba sentada en las escaleras del porche iluminado; parecía como si hubiera viajado en el tiempo desde un concierto de los Beatles, con sentido de la moda de John.
Joaquín y Renata eran gemelos.
-Hola -dijo Joaquín.
-Le dije a mamá que seguías vivo -comentó Renata levantando la mirada-, pero ya está buscando ataúdes en internet. Los colores de tu entierro serán azul y plateado, o eso escuché.
-Ugh. Específicamente les he dicho como cien veces que quiero un elegante funeral en morado.
-Mamá ha estado viendo la presentación de sepelio de emergencia que hizo el año pasado y agregando nuevas fotografías. Todavía termina con Time of your life.
-Por Dios, qué básica. No sé qué sería más trágico: morir a los diecisiete o tener el funeral más cliché del mundo.
-Vamos, un funeral azul y plateado no es cliché, sólo increíblemente vulgar. -Renata lo miró con preocupación sincera-. ¿Estás bien?Joaquín escurrió su cabello, que mojado se veía tan oscuro como la noche.
-Sí. Me asaltaron. Bueno, no exactamente. Me timaron. Fue Emilio Marcos. ¿Recuerdas al niño que me dejó plantado el día de San Valentín, en la primaria?
-¿Del que estabas perdidamente enamorado?
-Ese mismo. Pues resulta que es un ratero bastante hábil. Me acaba de robar cincuenta y cinco dólares y mis pingüinos.
-Te engañó de nuevo. Espero que estés planeando tu venganza.
-Obviamente, hermanita.Renata se levantó, echó un brazo sobre el hombro de él y entraron juntos a la casa, bajo la herradura clavada en el dintel, las hojas secas de poleo colgadas del marcó de la puerta y los restos de las líneas de sal de la noche anterior.
La casa de los Bondoni era una cavernosa construcción victoriana, de esas en las que hasta la luz se ve tenue y brumosa. Por todas partes había recubrimientos de madera oscura, alfombras persas rojas y el conocido color verdoso de la podredumbre en las paredes. Era la clase de casa en la que los fantasmas se pasean entre los muros y los vecinos creen que sus habitantes están malditos; lo cual, para los Bondoni, era verdad en ambos casos.
Estas son las cosas que la gente notaría si alguien externo a la familia tuviera permitido entrar a la casa:~Todos los interruptores de la luz se mantenían en posición de encendido con cinta aislante. Los Bondoni amaban la luz, pero Renata más que nadie. Por ella los pasillos estaba decorados con series de luces, y había lámparas y velas sobre los muebles y en casi todo el suelo.
~Las quemaduras del Gran incendio del pánico de 2013, cuando se fue la luz y Renata salió disparada de su habitación hacia el pasillo, derribando en el proceso aproximadamente dos docenas de las velas antes mencionadas e incendiando las paredes de tablarroca.
~Los escalones hacia el segundo piso bloqueados por un montón de muebles viejos, más que nada porque Uberto renovaba esa planta cuando le dio el primer derrame y todo el trabajo se detuvo de pronto, pero en parte también porque Elizabeth creía que el segundo piso de verdad estaba embrujado (como si un fantasma solo fuese a poseer la mitad de la casa y tuviera la cortesía de permitir que los habitantes estuvieran tranquilos en la planta baja, sin nada de actividad paranormal. Por favor).
~No había nada en las paredes salvo los interruptores con cinta aislante y las cortinas para cubrir las ventanas por la noche. Nada de fotografías, ni pósters, y definitivamente nada de espejos. Jamás.
~Los conejos en la cocina.
~El malvado gallo, de nombre Joe, que seguía a Eli a todas partes y que, de acuerdo con ella, era un duende del folclore lituano.
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Una lista casi definitiva de mis peores pesadillas (AU EMILIACO)
Ficción GeneralNo usar elevadores, no visitar espacios abiertos, no acercarse a las multitudes, mantenerse alejado de langostas, gansos, peces, agujas y espejos... Una adaptación a Emiliaco.