Capítulo 8: El

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—Espero que lo que tengas que decirme justifique que me hayas hecho venir hasta acá —dijo Tincho, cuando Peter le abrió la puerta.

—Vamos a los jueguitos —fue toda la respuesta de Peter.

—¿Me hiciste venir para ir a los jueguitos?

—Pensé que te gustaría sacarme a ventilar un rato.

Tincho abrió los ojos, asombrado. A veces, Peter realmente se aprovechaba de su parálisis.

—¡No, nabo! —se rio Peter, viendo la cara de desconcierto de Tincho—. Te pedí que vinieras por otra cosa, pero ya que estamos, vamos a los jueguitos así salgo un cacho, y de paso te cuento por el camino.

—Todo bien, ¿no? ¿Pero no me lo podías contar por teléfono?

—No. Quería ver qué cara ponías.

Peter le pegó un grito a su mamá, avisándole que se iba y volvía en una hora, mientras Tincho llamaba al ascensor.

Antes, siempre bajaban jugando carreras. Peter, por el ascensor y Tincho, por la escalera. Ganaba el que llegaba primero a la puerta de calle. Habían establecido reglas. Salían los dos al mismo tiempo y, como el ascensor bajaba más rápido, al llegar, Peter tenía que cerrar las puertas para darle a Tincho la chance de ganar alguna vez.

Si dejaba las puertas abiertas, no valía, aunque llegara primero. Cómo ganaban alternativamente uno u otro, la competencia terminó aburriéndolos, así que lo que últimamente habían empezado a hacer era superar su propio récord de tiempo. Habían llegado a velocidades increíbles, cuando tuvieron que suspender la competencia.

Peter, un día, se había llevado por delante a la gorda del séptimo, que había caído sentada, con tan mala suerte que Tincho, que venía bajando a toda velocidad, se la había tragado antes de poder frenar.

Aunque los chicos habían pedido disculpas, la gorda había armado un escándalo y mandado una carta al consorcio, donde decía que la silla de ruedas era un "vehículo peligroso", y que no había que permitir su entrada al edificio.

Por supuesto, nadie le había hecho caso, pero a Peter, sus papás le habían prohibido terminantemente jugar carreras dentro del edificio, a riesgo de no dejarlo salir solo nunca más.

Así que, esta vez, bajaron como gente civilizada y salieron a la calle. A veces, si estaban apurados, Tincho empujaba la silla, pero hoy, el asunto parecía lo suficientemente interesante como para ir charlando uno al lado del otro.

—Bueno, ¿qué pasó? —quiso saber Tincho, ni bien se pusieron en marcha.

—¿Qué tenés que hacer mañana a la noche? — preguntó Peter.

—Nada, no sé... Todavía no hablé con los pibes. ¿Me vas a contar lo que pasó?

—Te lo estoy contando.

—No, me estás preguntando, y si me estás preguntando quiere decir que yo sé, y que vos no sabés; pero el caso es que yo no sé, así que no entiendo para qué me preguntas, cuando el que me tiene que contar sos vos.

—¡Pará de decir pavadas, chabón!

—Y Vos, pará de hacerte el misterioso.

—Está bien, está bien. Tenemos una fiesta.

—¿"Tenemos"? ¿Quién tiene?

—Tenemos. Primera persona del plural. Nosotros tenemos.

—¿Nosotros tenemos una fiesta? ¿En tu club?

—No, no tengas miedo. Es una fiesta normal.

—¿Y Quién nos invitó, sí se puede saber?

—A vos nadie, o mejor dicho, a vos te estoy invitando yo.

Lali dice: Donde viven las historias. Descúbrelo ahora