Capítulo 25: Ellos

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Objetivo logrado: Peter, realmente, se lució jugando y su equipo ganó. Mejor de lo que pensaba.

Cuando comenzó el partido, trató de no mirar a la tribuna. Sabía que si llegaba a ver a Luciérnaga, era probable que ya no pudiera agarrar una sola pelota. Trató de no mirar, pero no lo logró. Ella le había dicho que iba a venir, él sabía que lo haría, pero hasta no verla, no se quedó tranquilo. Durante los primeros minutos, cada vez que el partido se frenaba su cabeza giraba hacia el

público, sin que él pudiera dominarla. No podía encontrar a

Lali. Ese día había bastante gente y él la había visto una sola vez. Chicas de pelo largo había más de lo que le hubiera gustado. Se le cruzó por la cabeza que Luciérnaga, a lo mejor, se había arrepentido a último momento. Ahí perdió una pelota.

"Me tengo que concentrar, me tengo que concentrar", se

repetía, pero no podía dejar de mirar. La pelota se le escurría de las manos como si estuviera encerada y el aro se le corría de lugar cada vez que tiraba.

La descubrió recién después de quince minutos, cuando uno de los de su equipo marcó un tanto. Al girar la silla para festejar, la vio en una punta de la tarima, aplaudiendo el tanto entusiasmada. La saludó con la mano y Luciérnaga le respondió. Entonces sí, ya no la miró más. No necesitaba hacerlo. Sabía que estaba ahí, y eso le

bastaba. Entonces sí, empezó a jugar bien, y marcó un

tanto detrás de otro.

Cuando terminó el partido, Luciérnaga lo esperó en el hall del club, como habían quedado. Había llegado nerviosa, un poco asustada, como siempre que uno se enfrenta a algo que no conoce. Pensaba que el partido iba a ser algo peor que aburrido, pensaba que iba a ser un bajón. Se arrepentía de haber venido sola. Tal vez Euge

tenía razón: estaba un poco loca. En la cancha, estaban

los jugadores reunidos alrededor del director técnico, cada

uno en su silla. Se preguntaba si realmente iban a poder

jugar. Le daba la impresión de que se iban a chocar, como

decía Peter. Pero no bien empezó el partido, la cosa cambió. Los chicos jugaban a una velocidad increíble. Ahí estaba el Gusano, y Lali contenía la respiración cada vez que él agarraba la pelota. ¿No la habría visto o no la habría reconocido? No podía saberlo, pero lo cierto es que ni la miraba.

Pasados los primeros cinco minutos de partido, en que Lali tembló esperando un accidente, se olvidó por completo de la condición de los jugadores y empezó a disfrutarlo, y a gritar, y a entusiasmarse cada vez que el equipo del Gusano marcaba un tanto. Fue en ese

momento que él la saludó. Después, no la miró más, pero

a Lali no le importó: lo único que quería era que ganaran, y más que eso, que fuera el Gusano el que marcara los tantos. Hubiera gritado menos en una cancha de fútbol, de eso estaba segura.

Mientras lo esperaba, los chicos iban saliendo de los vestuarios. Las sillas pasaban a toda velocidad y Lali tenía que correrse una y otra vez para que no la atropellaran. Algunos la miraban con curiosidad. Al menos, eso era lo que le parecía. Ellos eran tantos que, ahí, la rara era ella.

Después de un rato, apareció el Gusano. Estaba feliz.

—¿Lo viste todo? —le preguntó frenando la silla a su lado.

—Claro que lo vi —dijo Lali.

—¿Viste ese tanto que puse en el último tiempo? Fue una masa.

Lali dice: Donde viven las historias. Descúbrelo ahora