Capítulo 28: El

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—Viene el viernes.

Así lo recibió Peter a Tincho.

—¿Quién viene?

—Luciérnaga. Bueno, en realidad, ya averigüé cómo se llama: Lali. Bueno, le dicen Lali. Se llama Lali. No hay que ser muy ingenioso para darse cuenta. De todas formas, para mí, es Luciérnaga. Me gusta más. Lalis hay un montón. Yo te digo Lali, y te tengo que empezar a explicar cuál Lali, en cambio si te digo Luciérnaga, no te

confundís. Así que bueno, viene el viernes.

—Ah... —dijo Tincho, arrojando la mochila sobre la cama y tirándose sobre la silla.

—Te juro que no lo puedo creer, chabón. ¿No es raro?... Ya fue raro que viniera a ver el partido, pero eso, bueno... era algo... no sé, más impersonal. Pero la invité a mi casa y me dijo que venía. No, en realidad primero la invité al cine, y con eso no enganchó. Pero yo creo que fue porque no le gustan las películas de acción, y yo ni loco me bancaba una romántica.

Peter respiró y Tincho, a modo de respuesta hizo un sonido extraño, tipo "mmm" o "mjjj" o "jjjj". No importa qué, porque Peter siguió.

—Entonces, cuando vi que lo del cine no iba, se me ocurrió lo de mi casa. ¡Y me dijo que sí! No sé, me parece que es bueno charlar personalmente. Por chat está todo bien, pero personalmente es distinto. ¿No te parece?

—Seee...

—En el club, mejor dicho en la heladería, la pasamos bien. Aunque no sé si en mi casa no es medio aburrido. Pero ella dijo que sí, ¿podés creerlo? Dijo que sí.

Esta vez, Tincho ni siquiera contestó.

—¡Hola! —le llamó la atención Peter.

—¿Qué me decías? —preguntó Tincho haciendo un esfuerzo por escucharlo.

Recién entonces, Peter se dio cuenta de que hacía como cinco minutos que estaba hablando solo.

—Pará, chabón. ¿Te pasa algo?

—Corté con Jéssica —dijo Tincho de una.

Peter tuvo que hacer un esfuerzo para no reírse al escuchar esa voz de tragedia.

—¿Cortaste con Jéssica? Pero... ¿no era que venía todo espectacular?

—Venía. Vos lo dijiste. Tiempo pasado.

—Pero pará, pará... ¿Qué pasó? ¿Qué estupidez hiciste?

—Ninguna, te juro. No sé lo que pasó. Hoy la fui a buscar a la escuela, como habíamos quedado y empezamos a caminar y cuando doblamos la esquina, me dijo que estaba confundida, que no sabía si me quería y que necesitaba un tiempo.

—Entonces no cortaste... —trató de consolarlo Peter. Tincho lo miró descreído.

—Un tiempo de toda la vida —dijo—. Eso es una excusa.

Peter giró sobre su silla de ruedas.

—No lo entiendo. Algo tiene que haber pasado. ¿Se pelearon?

—No, chabón, no. Te juro que no pasó nada. La noche anterior habíamos estado hablando como una hora. Estaba todo bien. No sé... Se piró de golpe... Qué sé yo.

—¿Pero no le preguntaste?

—¿Qué querías que le pregunte?

—No sé. Por qué necesitaba un tiempo. Algo...

—Porque estaba "confundida", ¿no te digo? No sé qué se confundía. La batalla de San Lorenzo con las Invasiones Inglesas. Qué sé yo.

Peter se rio.

—No es un buen motivo para cortar.

—No. Pero es tan ridículo como eso. ¡Qué sé yo! Las minas son demasiado complicadas —dijo Tincho arrojando sobre la pared la goma de borrar que estaba sobre el escritorio.

—Está bien, tranquilizate, que tirando mis cosas no vas a resolver nada.

—Es que no hay nada que resolver, ¿no entendés? Chau, pif, ya fue.

—Todo tiene sus ventajas —trató de razonar Peter—. Si esta mina hizo esto, quiere decir que es una tarada. ¿Estamos de acuerdo hasta ahí?

—Sí. Aunque hasta hoy, no parecía.

—Eso no importa. Una vez basta.

—¿Y esa ley de dónde salió? —preguntó Tincho.

—La acabo de inventar. Es buena, ¿no? Ninguna mina es tarada hasta que se manda una taradez.

—Bueno, muy linda tu ley, pero no sé adónde vas.

—A que si es una tarada, no tiene ningún sentido que sigas con ella. Es más, suponete que ella te llame mañana y te diga que no está más confundida, que ya se aclaró...

—No me va a llamar —contestó Tincho desde el fondo de su depresión.

—Pero imaginate que te llama. Como una hipótesis, digamos.

—Está bien, me llama y ¿qué? Ya se arregló todo.

—¡No! Ahí está el punto. Como vos ya comprobaste que es una tarada, le decís que no querés volver, justamente, porque es una tarada.

—¿Y qué arreglo?

—Nada. No la ves más, pero conservás el honor intacto.

Tincho, ahora, no arrojó una goma: arrojó un cuaderno, y no contra la pared, sino contra Peter. Le estaba tomando el pelo.

—Vos reíte —dijo Tincho—, pero te quiero ver la cara cuando una mina te deje plantado. Hablando de eso, ¿supiste algo de la Luciérnaga?

— ¡Alto! —gritó Peter.

Tincho se sobresaltó.

—¿Qué pasa? ¿Qué dije de malo?

—De malo, nada. Bueno, en realidad sí, porque te conté cuando llegaste todo lo que sabía de Luciérnaga y ni me escuchaste, pero en todo caso, después arreglamos cuentas. Ahora se me acaba de ocurrir una idea.

—Sonamos —dijo Tincho, que ya conocía las ideas de Peter.

—Esta es buena, te lo juro. Luciérnaga y Jéssica van a la misma escuela ¿no?

—Sí, chabón. Eso ya lo sabés.

—Bueno, entonces, seguro que se conocen. Capaz que están en la misma división.

—Puede ser. Pero no veo qué tiene que ver.

—Que cuando la vea a Luciérnaga...

—¿La vas a ver otra vez? —preguntó Tincho asombrado.

—Esa es la parte que te perdiste y que no te pienso volver a contar. Bueno, cuando la vea, le puedo preguntar qué onda con Jéssica, si la conoce, si sabe que salía con un chabón.

—No salía con un chabón, salía conmigo —casi se ofendió Tincho.

—Sí, pero Luciérnaga no sabe quién sos vos, o que vos, que salías con ella, sos amigo mío, que a su vez, soy amigo de ella, que capaz es amiga de Jéssica. A lo mejor me tira algún dato.

—¿Y?... —preguntó Tincho sin poder seguir el razonamiento de Peter.

—Y nada. Que si sé algo, te lo cuento. Ahí termina mi plan.

Otro cuadernazo le voló la cabeza.

A pesar de eso, una vez que Peter volvió a contar lo que pasaba con Luciérnaga, convinieron que en el próximo encuentro trataría de averiguar algo sobre Jéssica. El plan no servía para nada, pero al menos Peter había logrado que a Tincho se le levantara el ánimo.

Lali dice: Donde viven las historias. Descúbrelo ahora