Capítulo 1.- De mis días en el exilio (Parte 4)

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El tema era serio. Mi madre escuchó atentamente mientras le contaba acerca de la llamada de la madre de Debani mientras desayunábamos. Debido a eso, Lilia y Diana escucharon también. Mi padre ya tendría una hora que había comenzado su jornada.

Cuando terminé de hablar, nadie articuló palabra alguna. Fueron un par de minutos muy silenciosos en los que ni siquiera se oían los cubiertos.

Finalmente, quien rompió el silencio fue mi madre.

––Si la mamá de Debani te lo pidió ella misma, entonces debes ir ––dijo.

Eso ya lo sabía. Incluso practiqué un poco lo que le diría a la policía antes de irme a dormir.

––Pero no vas a ir solo ––agregó mi madre antes de poder decir algo.

Eso también ya lo sabía, desafortunadamente.

––¿Quién irá conmigo? ––pregunté y volteé a ver a Lilia.

Para mi mala suerte, la vi agitando las manos.

––Lo siento, pero hoy no puedo acompañarte ––dijo, rompiendo así mis ilusiones de tener tranquilidad en un día que pintaba ser estresante.

––No cuenten conmigo ––dijo Diana también––. Ni siquiera podré venir a comer.

––Casi nunca vienes a comer aquí ––señalé.

––Nadie te preguntó ––respondió molesta.

Mi madre chistó con fuerza.

––Nada de peleas en la mesa. Ya lo saben ––declaró.

––Él empezó ––se quejó Diana.

––Diana, Por favor. Ya no eres una niña chiquita.

Diana bajó la cabeza y yo me reí entre dientes. En respuesta, ella me asestó un puntapié directo a la espinilla por debajo de la mesa, el cual hizo que me inclinara con fuerza sobre mi plato.

––¿Y a ti qué te pasa? ––preguntó mi madre.

––Nada ––Me aguantaba el dolor como podía––. El desayuno está muy rico.

––Muy bien, pues. Como no queda de otra, yo te acompañaré ––dijo mi madre. El peor escenario posible.

––No te preocupes, mamá ––Traté de no sonar desesperado––. Yo puedo ir solo.

––Nada de eso. No quiero que te aproveches de eso para escaparte por ahí.

––¿Cómo me voy a aprovechar de algo tan serio?

––Te creo capaz, así que no me rezongues.

Diana cobró su venganza, riéndose por lo bajo a causa de mi reprimenda.

Acabamos de desayunar y algunas horas transcurrieron hasta el mediodía. Diana y Lilia ya se habían ido, cada una a ocuparse de sus asuntos. Mi madre y yo nos preparamos para salir.

Faltaba poco tiempo para la hora en que había sido citado y lo que más me preocupaba era lo que podía pasar si la Chola venía a buscarme. Al no haber nadie que le abriera la puerta, probablemente la tomaría con el inmueble.

Sentí un escalofrío al imaginarme el coraje que haría mi madre si encontraba las ventanas rotas al regresar de la Fiscalía.

Solté una grosería en voz baja y me puse a rezar por que la Chola hubiera ido a la escuela pensando que ahí podía encontrarme.

––¿Ya estás listo, 'chacho? ––preguntó mi madre desde el pasillo.

––Lo estoy ––Me puse mi sudadera con capucha con la misma pulcritud que si fuera un uniforme de gala militar.

La conspiración de la princesa renegadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora