Capítulo 2.- Las 3 del barrio (Parte 5)

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Los actos de vandalismo podían ser denunciados. El problema era que se necesitaba atrapar al responsable en el momento que lo estuviera cometiendo. Y ya que no había una amenaza implícita en el mensaje, no existían motivos suficientes para proceder con el trámite.

Todo esto nos lo comentó mi madre a mis hermanas y a mí durante la hora de la cena, luego de una llamada a la delegación del barrio para preguntar cómo se podía proceder ante aquella situación.

––En fin, que sin sospechoso y pruebas tangibles más allá de la rayada, no pueden hacer nada ––concluyó mi madre, recogiendo el último plato de la mesa––. Necesitan al menos un nombre con el cual, si procedía la denuncia, iniciar la investigación.

––Qué desafortunado ––comenté despreocupadamente.

Mi madre me clavó la mirada.

––Eso es porque alguien no quiere decirnos la verdad ––apuntó.

Me encogí de hombros.

––Te dije que no sé nada ––insistí––. ¿Cómo puedes estar segura que ese mensaje iba dirigido a mí?

––Será porque sólo a un cobarde se le ocurriría patear a su oponente en las bolas para sacar ventaja ––sugirió Diana.

Me dieron ganas de aventarle algo, pero como mi madre se encontraba ahí, me limité a imaginármelo.

––Hacer eso no fue de cobarde ––repliqué––. Fue aprovecharme de un recurso.

––Sí, un recurso de maricas.

––Basta ––intervino mi madre––. Está bien si quieres afrontar esto solo, hijo, pero me parece que eso está escalando a un nivel en el que ya comienza a afectarnos a nosotras también.

––Ay, por favor ––dije––. Nada más es una pintada en la puerta.

––¿Nada más eso? ¿Y la ventana rota?

––¿Eso también me lo vas a achacar a mí?

Obviamente. No debía parecerle casualidad que esas cosas ocurrieran justo después de rendir declaración en la fiscalía contra Alejandro Villanueva. ¿Cuál sería su reacción si se enteraba que el autor de esos ataques a nuestra casa era una chica?

––Me parece que es mucha coincidencia ––dijo mi madre.

––Pues yo pienso que estás exagerando ––respondí.

Entonces Diana azotó la mesa con la mano, enfadada.

––Deja de ser tan grosero, ¿quieres? ––reclamó––. Nuestra madre quiere ayudarte, ¿no lo entiendes?

––Cálmate, Diana ––pidió mi madre––. No tienes que hacer tanto escándalo en la mesa.

––Es que...

Mi madre le chistó y Diana se calmó a las fuerzas. Acto seguido, mi madre se dirigió a mí.

––Entiendo que quieres ayudar a tu amiga, pero si eso te está trayendo problemas, creo que lo mejor es que te mantengas al margen.

Aquello me molestó enserio, pero sabía que, si le respondía, la discusión se intensificaría. Por eso, simplemente me levanté de la silla y me fui del comedor. Detrás de mí, escuché a mi madre y a Diana exigiéndome que volviera y explicara qué estaba sucediendo.

No les hice caso y subí las escaleras para llegar a mi cuarto y encerrarme. No quería que nadie me mortificara más.

Un rato después, alguien llamó suavemente mi puerta. Lógicamente ignoré los golpeteos y subí el volumen del reproductor considerablemente. No obstante, y pese a que Wo bist du me retumbaba en los oídos, era capaz de escuchar los ruidos en mi puerta con la misma insistencia que un pájaro carpintero en busca de comida.

La conspiración de la princesa renegadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora