Capítulo 2.- Las 3 del barrio (Parte 3)

247 31 29
                                    


Afortunadamente, la clase de la que fui echado era de duración sencilla. Cuando terminó, el profesor me miró con desagrado al salir, cabeceó y se marchó sin decir nada.

Ya con esa barrera atrás, pude entrar en el salón. Me dio gusto ver a algunos compañeros observándome, y todavía más gusto percatarme de una que otra sonrisa. Al llegar a mi asiento, Debani y Martín me esperaban, con el segundo mostrando su sonrisa de oreja a oreja.

––Excelente forma de hacer el ridículo ––comentó mi amigo tan pronto me senté.

––Eso no fue hacer el ridículo ––respondí, poniéndome cómodo––. Fue entrar con estilo.

––Fue una payasada ––señaló Debani, bajándome los pies que había subido al pupitre. Ya no sonreía. Otra vez.

––Pero bien que te reíste, ¿no?

Debani volteó la mirada.

Pese a la seriedad que estaba mostrando, resultaba reconfortante verla ahí. Al menos se hacía la respetuosa de las normas como de costumbre. Y lo mejor de todo, ya no llevaba ese maquillaje encima y tenía una diadema sencilla en el cabello. Parecía como la misma de antes de todo aquel desastre. Sólo me faltaba recuperar su sincera sonrisa.

––¿Y qué se siente volver del exilio, mujeriego sinvergüenza? ––preguntó Martín.

––Te mentiría si te dijera que es grandioso volver ––Me recliné, apoyando la nuca en mis brazos––, pero la verdad es que ya me estaba aburriendo. Ya me hacía falta volver a ver a chicas hermosas de nuestra escuela.

––¿Tienes alguna buena estrategia planeada después de tanto tiempo ausente?

––Tal vez ––Mentira. Ni siquiera había leído los libros que saqué de la biblioteca pública para ese fin––. Ya lo pondré a prueba.

––A ver si te funciona.

Noté que Debani me observaba. Su mirada me indicaba que quería decirme algo, pero que no sabía cómo. Estuve a punto de tomar la iniciativa, pero el siguiente maestro entro al salón.

Tendría que aguardar a un mejor momento.

Las horas siguientes transcurrieron con normalidad. No obstante, en cada mínima oportunidad para hablar con mi amiga, se presentaba algo que me lo impedía. La hora previa al descanso, la maestra a cargo me dio la bienvenida, no sin antes advertirme que gran parte de las lecciones que me perdí la semana pasada iban a formar parte del examen. Muy amable de su parte.

Finalmente, cuando el timbre sonó, lo primero que hice fue sujetar a Debani del brazo y levantarme.

––¡Oye! ¿Qué te pasa? ––se quejó ella.

––Desde hace rato que veo como que me quieres decir algo ––dije––. Es el momento de hablar.

––Pero...

Giró la cabeza a un lado. Volteé yo también y vi a tres de nuestras compañeras observándonos atentamente, chismeando entre ellas y riendo.

––Ay, por favor. ¿Le temes a unos cuantos rumores? ––pregunté a Debani, jalándola del brazo.

––No es eso. Es que...

––Ya me lo dirás en otro sitio. Andando.

Salimos juntos y nos dirigimos al salón en desuso, un lugar que parecía estar oculto al ojo chismoso de los estudiantes. Sin embargo, al meternos ahí, pude distinguir lo incómoda que se sentía Debani.

La conspiración de la princesa renegadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora