Capítulo 3.- Tiempos de reflexión e imprevistos (Parte 1)

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Para cuando regresé, la clase estaba por terminar. Lo único que alcancé a apuntar fue lo que el maestro dejó de tarea.

Cuando abandonó el aula, Martín se apresuró a arrimarse conmigo.

––¿Qué onda? ¿Por qué te llevaron a la dirección? ––preguntó.

––El espectáculo de ayer ––dije.

––Oh ––Martín hizo una mueca burlona––. ¿Por eso?

––Me acusaron de acoso, así que ya sabes.

––¿Y qué esperabas que sucediera? ––preguntó Debani, interviniendo así en la conversación––. Lo que hiciste fue algo muy estúpido.

––Puede ser ––reconocí––, pero estoy muy seguro que funcionó para lo que quería.

Debani chaqueó la lengua.

––¡No tenías que hacerlo! ––se quejó.

––¿Por qué? ¿Acaso te dan celos?

Debani se sobresaltó, y sobre el puente de su nariz, se dibujó una línea de rubor.

––¿C-celos? ––exclamó Debani––. N-no tengo por qué tener celos de lo que sea que hagas.

Y con ello consiguió atraer la atención de todos los presentes en el salón. Avergonzada, Debani volteó el rostro y se encogió en su asiento. Algunas personas no comprendían lo que se hacía por ellas.

La siguiente clase dio inicio, por lo que pude retomar la cotidianidad de la jornada escolar.

Llegada la hora del descanso, Debani se acercó a mí.

––¿Qué ocurre? ––pregunté.

––¿No irás a la biblioteca? ––preguntó tímidamente, con los ojos mirando para otro lado.

¿No que muy indignada? ¿Por qué querría que fuera ahí?

––Con eso de que alguien se puso celosa porque le di un beso a otra chica, la verdad es que no lo había pensado ––dije, preparando mi almuerzo para salir.

––No me puse celosa ––protestó Debani––. ¿Por qué sigues con eso?

––No me des esa impresión entonces ––dije, poniéndome de pie.

Martín se acercó a nosotros.

––Hey, Ed, ¿vas a ir a comer con tu novia o qué? ––preguntó en broma.

Desde luego, el chiste molestó a Debani.

––Creo que mejor me iré a comer a otro lado ––dijo ella, enojada––. Después de todo, Ed tiene un compromiso que cumplir.

––¿Quieres dejarlo ya? ––exigí a Debani, aunque también lo decía para Martín––. Lo que hice fue para darle una lección a la líder del club de fanáticas del mayor imbécil del mundo.

––¿Y al menos tienes certeza de que haya funcionado? ––preguntó Martín.

Volteé hacia Debani.

––No estoy seguro ––respondí––. Por ahora.

Esperaba averiguarlo pronto.

––Vayamos a comer ––dije luego a Debani.

Mi amiga bufó, pero aun así me siguió cuando comencé a caminar hacia el exterior. Temeroso de quedarse atrás, Martín fue detrás de nosotros.

Los tres nos dirigimos a la biblioteca de la escuela.

––Entonces... ¿de verdad iremos a la biblioetca? ––preguntó Martín mientras bajábamos por las escaleras.

La conspiración de la princesa renegadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora