La conspiración de la princesa renegada

(...)

Durante una cena cualquiera, leía algunas noticias locales referentes a Alejandro Villanueva en mi nuevo celular. Dios me perdone, pero sonreí al descubrir que perdió el juicio y, encima, lo sentenciaron como adulto a modo de regalo de cumpleaños. Su condena resultó ser de veintisiete años de prisión por abuso sexual, extorsión e intento de homicidio. Un buen tiempo para olvidarse de la escuela, chicas, fiestas y un futuro en alguna universidad que ya no sería prometedor.

Un final digno del mayor imbécil del mundo.

En cuanto a mí...

––Oh, cierto. Eduardo, el otro día llamó tu tío Rodolfo ––comentó mi madre de pronto, aunque no consiguió atraer mi atención.

––¿Ah sí? ––pregunté distraído––. ¿Qué tal la vida en el norte?

––Bien, bien, aunque no me llamó para eso. Fue para otra cosa.

––¿Para qué o qué?

––Me dijo que les gustaría pasar navidad aquí con nosotros este año.

Detuve la cuchara a medio camino hacia mi boca, y giré los ojos hacia ella.

––¿En serio? ––pregunté, como si no la hubiera escuchado bien y deseando que aquello fuera una broma.

––Sí. Le dije que no teníamos problema y que sería grandioso tenerlos aquí, así que vamos a tener que hacerles cancho a tus tíos y a tus primos para que se queden aquí durante las fiestas.

––¡¿Mis primos vienen también?! ––Pues claro, baboso. Ni modo que fueran a quedarse allá solos cuando todos ellos rondan mi edad y la de mis hermanas––. ¡¿Todos?!

––Claro ––Mi madre sonrió, algo que no me gustó para nada––. Dijo que tu prima Roxana está muy emocionada de verte.

La cuchara se me resbaló de la mano y resonó al chocar contra el plato.

Mis tíos venían desde el norte para pasar la navidad con nosotros. Y con ellos también venía mi prima. Mi prima Roxana. 

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