Acabé disculpándome por mi petición maleducada. Por mucho que la señora Martínez me dijera que no importaba, que no era mi culpa no saber lo que sucedía, nada me eximía de mi falta de tacto. Claro que un aviso habría bastado para callarme las faltas de respeto. Me inquietaba que Debani hubiera ocultado el acoso que estaba sufriendo de terceros, y no se necesitaba ser un genio para deducir quiénes lo hacían y cómo se había filtrado su contacto.
De camino a casa, me hallaba enfrascado en mis pensamientos, pero regresé a la realidad tan pronto nos bajamos del taxi y vi que mi mayor temor, del cual me había olvidado por la declaración, se cumplió. Las ventanas de la casa, al menos las de la planta baja, estaban rotas. A saber con cuantos proyectiles habían atacado, pues la parte inferior del amplio ventanal estaba destruido.
Gracias a Dios, mi madre no se percató de que me llevaba las manos a la cabeza de la impresión. Ella tenía su propia reacción.
––¡Jesús, María y José! ––exclamó mi madre al ver sus preciosas ventanas y la cortina ondeando con la ligera brisa que se colaba a través del enorme hoyo.
Se apresuró a entrar, conmigo pisándole los talones. No vaya a ser que alguien hubiera conseguido meterse por entre los huecos de las protecciones que resguardaban las ventanas o mínimo haber tomado algo de la sala con la mano. Todo eso sin herirse.
––¡Jesús, María y José! ––volvió a exclamar al ver los trozos de vidrio regados por el piso, cerca de los muebles de la sala. Eso sí, no parecía que faltara alguno de los adornitos de sus mesitas laterales––. Jesús, María y José...
––Si sigue así, acabará por invocar a la sagrada familia ––comenté, y recibí una fuerte cachetada.
––No quiero oírte decir barbaridades en estos momentos ––rugió mi madre––. Mejor revisa que no haga falta nada.
Pero mi madre salió de la sala a toda prisa.
––¿Y usted adónde va? ––pregunté a mi progenitora en voz alta, frotándome la mejilla lastimada.
––Voy a preguntarle a los vecinos si vieron algo
Escuché que cerraba el portón de la entrada con un portazo. A ver si su agresividad le ayudaba a obtener algo de información.
Con la impresión de tener la casa sólo para mí, me puse a buscar lo que esperaba que fuera una pelota de béisbol o algo parecido. No una piedra. Desafortunadamente, el destino quería seguir viéndome sufrir, pues encontré un deforme trozo de escombro debajo de la mesa de centro de la sala, rodeado de pequeños trocitos de vidrio. Para hacerlo más interesante, aquel deforme pedazo de cemento y ladrillo tenía una hoja de papel sujeta con un pedazo de mecate.
Suerte que mi madre había salido...
Retiré la hoja, la cual estaba doblada, y me guardé el escombro en el bolsillo de la sudadera. Me senté en el sillón y me dispuse a averiguar lo que contenía el papel. Escrito con una caligrafía horrorosa, se encontraba un mensaje contundente: "Sé dónde vives y será mejor que te cuides la espalda, si sabes lo que te conviene".
Suspiré.
No había duda que la Chola me había robado la cartera y ahora conocía mi dirección. La letra de aquella carta era digna de una pandillera de su calibre.
––Por si no me había quedado claro... ––mascullé y me guardé el papel con aquella amable advertencia en el bolsillo del pantalón.
Minutos más tarde, luego de recoger hasta la más pequeña esquirla de vidrio que pude encontrar, escuché que la puerta se abría.
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La conspiración de la princesa renegada
Teen FictionSegundo volumen de '¿Por qué no soy yo el protagonista de este harem?' Eduardo ha sido suspendido por hacer lo que creía correcto, o eso piensa él tras haber insultado al director de la escuela. No obstante, consiguió su objetivo de exponer al infam...