Capítulo 5.- Alguien a quien solía conocer (Parte 6)

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Alcanzamos a las chicas alrededor de una media hora después, a unas cuadras antes de llegar a nuestro destino principal. Por supuesto, las preguntas no se hicieron esperar.

––Todo está bien ––Fue mi respuesta para todas ellas.

Desde luego noté interrogantes en sus miradas, pero no insistieron más.

Así pues, proseguimos nuestro camino, pero Martín y yo nos mantuvimos detrás de ellas para continuar vigilando los alrededores. Cuando ya distinguíamos el edificio de la Fiscalía, nos convencimos que Alejandro ya no nos estaba siguiendo. Habría sido estúpido que lo hubiera hecho hasta ese sitio.

Ya en la entrada del lugar, indiqué a Debani que Martín y yo la esperaríamos afuera.

––¿Por qué no entras? ––me preguntó mi amiga, por supuesto.

––Ustedes son seis, y cuatro tienen algo que ver con Villanueva. Creo que son suficientes personas dentro ––dije.

Ella vaciló, mientras que Sofía me veía con una mirada inquisidora.

––Las esperaremos aquí. No te preocupes ––insistí.

––Bueno... Está bien...

Cuatro de ellas cruzaron el portón de acceso, excepto Sofía y Mariana.

––¿Todo está bien, Eduardo? ––preguntó la pelirroja sin rodeos.

––De maravilla ––respondí, recargándome en la reja que rodeaba al edificio––. Entra tú también de una vez.

––Concuerdo con Debani: deberías entrar tú también.

––Lo entiendo, pero por hoy considero que es mejor esperar aquí afuera. Después de todo, mi trabajo es cuidar las espaldas de Debani, ¿no?

Sofía sonrió a medias.

––Como tú digas ––dijo, y dio media vuelta junto con Mariana––. Vigila bien.

Cuando se alejaron y entraron al edificio, Martín me preguntó:

––¿Ahora eres guardaespaldas?

––¿Acaso importa? ––me limité a responder.

––Ya ––Una pausa––. ¿Crees que ese tipo ande por aquí cerca?

––Lo dudo, pero mantengamos el ojo abierto por si acaso. Puede que incluso no sea él, sino alguno de su séquito.

––¿Piensas que lo apoyan todavía?

Me encogí de hombros.

––No tenemos certeza de eso ––dije––. Puede que cambien de opinión debido a la respuesta que obtuvieron de Debani.

––Buen punto.

Tras aquello no volvimos a hablar durante un buen rato. Lo poco que lo hicimos fue tan solo para brindarnos indicaciones mutuamente de hacia dónde observar por si notábamos algo extraño.

Hacia las cinco de la tarde, echamos un volado para decidir quién iría al minisúper al otro lado de la avenida para comprar bocadillos. Como yo resulté vencedor, Martín tuvo que cruzar el río atestado de coches para hacer las compras.

Mientras aguardaba a su regreso, me dediqué a seguir vigilando. Una parte de mí ansiaba distinguir a Villanueva escondido detrás de algún automóvil y así poder echarle bronca. Pero por otra parte temía verlo, ya que no sabía de lo que podría ser capaz ni si estaría solo o acompañado.

Me hallaba en medio de esas divagaciones cuando reconocí a alguien que caminaba desde el norte, por la misma banqueta donde yo me encontraba.

Era Raymundo.

La conspiración de la princesa renegadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora