Después que Ana Karen mencionara que el prefecto no había ido, hurgué en lo más recóndito de mis recuerdos y descubrí que tenía razón. El prefecto solía apostarse junto a la caseta de vigilancia para detener a todos aquellos que llevaran alguna clase de sombrero o que tuviera un corte de cabello no apto por las normas de la escuela. El muy desgraciado también estaba en contra de las prendas debajo del suéter del uniforme, pero se suavizó luego de que el director enfatizara en la delgadez de las prendas cuando el frío llegaba a la ciudad.
Y éste día no lo vi en su sitio como de costumbre, sólo que no le di importancia porque podría estar haciendo cualquier cosa. Nunca pensé que se hubiera ausentado de su trabajo.
Todo eso lo analicé en unos cuantos segundos, antes de girarme hacia Debani.
––Ni lo intentes ––advirtió la Chola, tapándole la boca a Debani con el antebrazo y asomando la punta de una navaja de afeitar entre los dedos––. No querrás que le desfigure la cara, ¿o sí?
No tuve que responder Debani cerró los ojos y se aferró por un momento al brazo de su opresora. Luego la delincuente gritó y la soltó. La navaja también se le escapó de la mano y se deslizó por el suelo hasta perderse. Aprovechando la oportunidad, mi amiga se alejó de ella y la Chola se sujetó el brazo con el que la amordazó. Mi amiga le había mordido.
––¡Hija de tu perra madre! ––rugió la Chola––. ¡Me las vas a pagar!
Pero yo me interpuse entre las dos. Martín se unió a mí.
––Lo siento, guapa ––dije––. Tendrás que pasarnos por encima de nosotros si quieres legar hasta ella.
––Con mucho gusto ––Y se abalanzó sobre nosotros.
––¡Debani, Susana! ¡Métanse a la biblioteca y cierren la puerta! ––les exclamé y ellas obedecieron.
Sin embargo, no éramos los únicos allí.
––¡Agárrenlas! ––ordenó Ana Karen, corriendo hacia ellas, seguida del séquito de admiradoras de Alejandro Villanueva.
Por fortuna, aquellas chicas no lograron alcanzarlas antes que cruzaran la puerta y la cerraron. El tumulto que iba tras ellas comenzó a empujar la puerta para abrirla. En cuanto a Martín y a mí, nos enfocamos en contener a la Chola. Bueno, al menos yo, puesto que Martín recibió el primer golpe directo a la entrepierna; ya sabía que ella haría eso primero y atiné a hacerme a un lado para evadirla. Mi siguiente movimiento fue acercarme a ella, pero tan pronto lo hice la chica me asestó un revés con el codo que me orilló a cubrirme la cara un instante.
La chica lanzó otro puñetazo. Esta vez conseguí capturar su puño y sujetarle el brazo. Sintiéndose acorralada, la Chola intentó machacarme los testículos como lo hiciera la primera vez que peleamos. Por supuesto, alcancé a bloquear su rodilla con la mía.
A mi lado, Martín consiguió levantarse, pero no se irguió del todo.
––Yo me encargo de ella ––le dije, forcejeando con la chica––. Tú intenta dispersar al grupo de Ana Karen.
––Son demasiadas... ––protestó Martín.
––No tienes que lograrlo. Basta con resistir.
––Resis... ––Martín tuvo la misma revelación que yo––. Es cierto.
Martín fue hacia la biblioteca.
Ahora me encontraba enfocado en evitar cada golpe que la Chola me propinaba. Lo hacía tan bien que colmé su paciencia. Intentó patearme, pero al evadirla se afianzó de mi brazo y me puso el pie para que perdiera el equilibrio. Sin un ponto de apoyo estable y apresado como me encontraba, no le supuso dificultad de aplicarme un movimiento de lucha libre para derribarme.
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La conspiración de la princesa renegada
Fiksi RemajaSegundo volumen de '¿Por qué no soy yo el protagonista de este harem?' Eduardo ha sido suspendido por hacer lo que creía correcto, o eso piensa él tras haber insultado al director de la escuela. No obstante, consiguió su objetivo de exponer al infam...