Capítulo 5.- Alguien a quien solía conocer (Parte 1)

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Debe ser normal para cualquier humano defenderse cuando lo tienen bien acorralado. Eso pensé de Alejandro Villanueva poco después que Debani consiguiera tranquilizarse. Si me daba por compararlo con una rata, llegué a la conclusión de que el animal tendría más honor que él, ¿no?

De cualquier modo, Debani me contó que su madre pasaría a recogerla sí o sí, por lo que no podría hablar con Noemí. Por lo pronto, eso no importaba. Si los padres de Villanueva fueron ya dos veces a la escuela, podían hacerlo una tercera, a la hora de la salida, y ello sería un problema.

––Si quieres contárselo tú en mi lugar, me da igual ––dijo mi amiga, desganada––. De todas formas, ya se lo contaste a otros.

No repliqué a eso. No tenía caso, pero lo cierto era que me hubiera gustado que fuera ella quien se lo contara.

La escuela terminó por esa semana. Debani guardó sus cosas y se giró hacia mí.

––¿Podrías acompañarme hasta la salida? ––preguntó.

No podía negarme a una petición como aquella, en especial porque muchos de nuestros compañeros de clase voltearon a verla en busca de un buen chisme para entretenerse afuera. El chisme es tan adictivo como cualquier droga, no importando la edad.

Ambos salimos del salón, con Martín acompañándonos pues alguien le preguntó algo acerca de Debani y se molestó.

––Este asunto se está volviendo demasiado denso ––comentó mi amigo mientras descendíamos a la planta baja.

––Estoy de acuerdo... ––respondió Debani, con voz distante y las manos bien sujetas a los tirantes de su mochila.

Yo no dije nada. Me dedicaba a contabilizar a todos los que le dedicaban algún vistazo a Debani. Esa tarde me sentía con ganas de cuantificar el porcentaje de estupidez colectiva de la escuela.

Al llegar abajo, la tensión empeoró. No solo por los chismosos, sino por Noemí, quien nos esperaba a la puerta de la biblioteca, con la mochila colgada en uno de sus hombros. Al percatarse de nosotros, dio un paso en nuestra dirección, pero Debani agachó la mirada y apretó el paso, pasando de ella. Ver la cara que ponía la pequeña chica me provocó una punzada en el pecho.

Me acerqué a ella.

––Por favor perdónala ––dije––. Hoy... fue un día difícil para ella.

Noemí me miró a los ojos, con un deje interrogativo. Me encontraba dudoso todavía si decirle todo lo que Debani no quiso, pero por lo pronto era mejor mantener a la pequeña chica de nuestro lado.

––Ven con nosotros ––indiqué a Noemí.

Vaciló, pero termino asintiendo.

Así pues, los cuatro salimos, con Debani encabezando el grupito. Al cruzar el portón, alguien sonó la bocina de un auto. Era un sedán color gris, y quien lo conducía era la señora Ramírez.

––Vaya, qué veloz ––Aquello se me escapó, pero a ninguno le pareció gracioso.

––Llegaron por mí ––anunció Debani, girando hacia nosotros––. Supongo que,,, nos veremos luego.

Dedicó unos instantes a observar a Noemí. Ninguna de las dos articuló palabra. Al final, mi amiga no sentía la confianza suficiente para hablar con ella.

––Lo siento ––dijo Debani a Noemí.

Ella asintió en silencio y entonces mi amiga se apresuró a subir al coche. Antes de partir, su madre me saludó con un gesto. Luego arrancó el motor y nosotros tres permanecimos de pie, observando el vehículo hasta que se perdió de vista al doblar en una esquina.

La conspiración de la princesa renegadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora