dieciséis

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Josephine

Mia y yo teníamos la suerte de tener contactos alrededor de la ciudad, bueno literalmente. Como aún no alcanzábamos la mayoría de edad, la única forma de poder entrar a un club era con identificaciones falsas. O contactos. Y ahí fue donde empezamos.

Un buen amigo de Mia—que resultaba ser el gorila del lugar—, nos dejó pasar sin problema alguno, dándonos entre los tres, sonrisas de complicidad. Mia había optado por vestir una mini falda negra que no dejaba mucho a la imaginación y un top de lentejuelas doradas, mientras que yo—que siempre he sido un poco más razonable—, utilizaba un vestido tres cuartos encima de la rodilla, color melocotón y desmangado, a juego con unos preciosos botines que recién había comprado por la tarde.

Y me sentía feliz, por alguna extraña razón. Era como si por primera vez en varios días pudiera ser otra persona, sin problemas y sin límites. No quería pensar coherentemente y me había planteado beber hasta el amanecer, sin pensar en la horrible resaca en la que caería el día siguiente.

El lugar parecía muchísimo más pequeño de lo que se veía por fuera. Las parpadeantes luces de neón iluminaban el lugar conforme la música subía de volumen. Alrededor de la pista de baile—donde había decenas de personas moviéndose al ritmo de las canciones—, las pequeñas mesas, los sillones de cuero y la barra donde se servían las bebidas, estaban completamente a reventar.

Al ver que no cabía ningún alma, Mia me ofreció subir a la planta superior, donde había menos gente, pero el ambiente era exactamente el mismo.
Después de haberle sacado la vuelta a las personas, y finalmente haber subido de dos en dos los escalones, tomamos asiento en un mullido sillón de cuero negro, en un rincón no tan apartado de las escaleras. No quería quedarme sentada toda la noche, y como tampoco yo iba tener la iniciativa de buscar a alguien para bailar—alguien que no fuera Mia—, preferí bajar por un trago

— ¿No se te antoja algo de beber? —Le grite en la oreja a Mia, gracias al volumen tan estruendoso de la música, que incluso vibraba en nuestros estómagos—.

— ¡No! ¡Gracias, pero no tengo sed! —Me grito ella de regreso. Apenas podía entenderle, pero gracias a que tengo practica leyendo labios, pude descifrar que era lo que decía—.

— ¡Esta bien! ¡Yo iré abajo a tomar algo!

— ¿Qué? ¡No entendí!

—Abajo —Le hice señas con la mano para que pudiera entenderme—. Iré por una bebida.

— ¡Ah vale! ¡No te tardes!

Asentí con la cabeza y me incorporé, sin cuidado de que alguien pudiera ver a través de mi vestido al levantarme. No es como si alguien me estuviera prestando atención, de todos modos. Volví a bajar las escaleras de dos en dos y atravesé sin prisa alguna la pista de baile, caminando justo por el medio. Me senté sobre el taburete forrado de blanco y me volví hacía el barman, que se encontraba de espaldas hacía mí.

—Dame un Daiquiri de durazno, por favor.

—Enseguida —contesto, volviéndose hacía mí y echándome una mirada rápida, mientras yo miraba hacia otro lado. Después el añadió—. ¿No eres muy joven para eso?

Entonces me giré para mirarlo, y lo reconocí enseguida.

— ¿Trevor? ¿Qué haces aquí? —Pregunte en estado de shock. Mi noche loca y salvaje, alejada de problemas y preocupaciones no incluía a Trevor ni a ningún otro conocido, exceptuando, obviamente, a Mia—.

Él se río un poco. Un risa cálida y relajada que puso a mis rodillas temblar en... ¿Qué rayos?

—Linda forma de saludar. También yo te he extrañado.

Corazón Ciego | HerophineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora