Chapter 25: Al borde del odio

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No apuestes lo que no tienes... Puedes perder incluso eso.

Tigresa se quedó callada ante tal promesa. No, ¿Qué decía promesa? Se lo estaba jurando.

Se sintió... ofendida, dolida, indignada... y finalmente, querida. Sintió, por un segundo, que a Po le importaba y que por eso quería que ella volviera con él, sintió en su mente todas aquellas caricias y palabras tiernas, todos los besos y las noches juntos. Sintió, por un momento, todo aquel cariño que alguna vez creyó real. Pero rápido volvió a la realidad. Po no la quería, solo quería herirla. Era lo que él quería que ella pensara; que le importaba. Buscaba hacerla caer de vuelta, lastimarla aún más. Él se sentía herido, su orgullo dolía, y quería que ella sintiera lo mismo.

Arruga el entrecejo y se endereza en el borde de la cama, hombros cuadrados y espalda recta, un gruñido meramente instintivo vibrando en lo profundo de su pecho. No necesita pensar demasiado para formular la respuesta indicada.

-No volveré -Dice, sin pensarlo- No volveré al Palacio de Jade, nunca.

-¿Segura?

-¿Quieres apostar?

Po ríe... y aquella risa, fría y sarcástica, duele más que cualquier golpe.

-No... -Dice- Eso te daría falsas esperanzas.

Estira una mano y roza con la yema de los dedos, muy apenas, la mejilla de ella.

Tigresa se deja, incapaz de apartar el rostro, sintiendo sus ojos más húmedos y llenos que nunca. Po... Aquel no puede ser el Po que conoció. No pudo haberse equivocado tanto.

-¿Quién eres? -Susurra.

-¿Eh?

-¡¿Quién mierda eres?! -Vuelve a gritar- ¿Quieres que te odie, Po? ¿Eso buscas?... ¿Qué te aborrezca, como a un macho cualquiera? ¡¿Por qué no me dices qué mierda quieres y te dejas de juegos estúpidos?!

Po se endereza en la silla, aparta su mano. Su semblante imperturbable, severo.

-Yo no te he hecho nada... -Dice- Fuiste tú, que como una niña chiquita, saliste corriendo porque las cosas no fueron como querías.

-Me engañaste.

-Siempre te fui sincero.

-Dijiste que lo intentarías... -Y está llorando- Dijiste que me querías, que intentarías quererme, que iríamos poco a poco... Dijiste que yo era especial.

-Pero nunca dije que te amara.

-Entonces, ¿Eso es todo?... ¿Solo jugaste conmigo y ya?

Po guarda silencio unos segundos. Tigresa tiembla, pero se mantiene serena... Lo más que puede. Finalmente, él exhala el aire contenido y se inclina unos centímetros, acercando el rostro al de ella.

-Dime, Tigresa, ¿Cuántas veces me reprochaste no ser lo suficientemente maduro para ser el Guerrero Dragón? ¿Cuántas veces me dijiste que era un adulto comportándose como un niño? -Pregunta. Ella calla- Muchas, eh... Bueno, la única niña aquí, eres tú.

-No...

-Madura, Tigresa... Eres adulta, ¿No? -No lo dice con malicia, ni con ningún sentimiento en especial- ¿Tienes idea la cantidad de mujeres que se enamoran y no son correspondidas? ¿O que no pueden estar con esa persona?... ¡Pero ellas no salen corriendo! No se andan besando con cualquiera para provocar a quien les ha dejado tiradas. Porque ellas, a diferencia tuya, no son unas niña...

El ardor se expande por su mejilla izquierda, palpitante, y ladea el rostro por la fuerza del golpe. Las palabras mueren en sus labios, tan tensos que no son más que una línea pálida. Una cachetada, a mano abierta, que realmente no duele, porque Tigresa no sabe golpear a mano abierta, pero que sí le deja la piel ardiendo.

Mi mayor pecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora