Esa chispa, pequeña, diminuta, que causó la tragedia con el gas olvidado.
La puerta se abre y es Po quien se encuentra allí.
Es Po, con la más dura de las miradas y el asco deformando los suaves rasgos aniñados de su rostro, quien encuentra a Tigresa -recta y disciplinada Tigresa- sacando su mano de los pantalones de un macho.
Es Po quien nota la sonrisa de sucia satisfacción en los labios del mismo macho. El brillo que deja el placer sexual en la mirada -aún oscura y peligrosa- de quien ha conseguido lo que buscaba... y entonces, Po no tiene dudas. Su mente, tal vez equivocada o tal vez no, hace las conjeturas y él se encarga de aceptarlas como ciertas, sin más, solo porque su mente se lo dijo.
Primero viene la sorpresa, luego la vergüenza, acompañada de la ira y los reclamos. Las preguntas, los tartamudeos en un inútil intento por dar una explicación -que de sobra esta, dicho sea de paso-, las mejillas rojas y los ojos esquivos, las manos de van y vienen por el aire, los pies inquietos y todo eso, signo de alguien verdaderamente arrepentido... antes de que la realidad les golpee en el rostro, con la potencia del más duro de los puñetazos.
Ella no le debe explicaciones, él tampoco debe pedirlas.
Pero ahí están, de un momento a otro, gritando, llenando el ambiente de los más duros reclamos e insultos, llenándolo todo con la tensión acumulada por meses... como el gas olvidado, que se acumula en una habitación cerrada, y ante la mínima chispa -pequeña, diminuta, insignificante- explota.
III
-¡Esto no puede seguir así! -La voz de Shifu es clara. Severa, firme, con aquel cariz de ultimátum-. Por las sagradas artes del Kung Fu ¡Son adultos! ¡Son Maestros de Kung Fu! Su comportamiento es una vergüenza para el Palacio de Jade, para sus compañeros, para su maestro... ¡Es inaceptable!
Tigresa creyó muchas veces que su maestro la miraba con decepción... pero ahora, en el patio de un templo extraño y con un moratón coloreando dolorosamente su pómulo, descubre que estaba equivocada.
Shifu nunca le ha mirado alguna vez con decepción... nunca, hasta ese momento.
Agacha la cabeza, porque no tiene nada qué decir -nada con qué excusarse-, y el ligero movimiento le supone una oleada de dolor en todo su rostro. Por unos segundos, se marea. El golpe en el rostro se siente como una presión contra el hueso de su pómulo, constante y doloroso, y el costado izquierdo de su torso le reclama cada bocanada de aire.
A su lado, Po no está mucho mejor. Con un zarpazo que le surca el pecho -aún fresco y sangrante- y magullones que se ocultan debajo de pelaje de su rostro. Tigresa le mira de reojo, pero a pesar de lo que pudo haber penado, el sentimiento es... vacío. La satisfacción inicial de hundir su puño en el rostro de Po ha desaparecido y dejado en su lugar algo vacío, hueco.
No le gusta.
Po es apartado de todas las actividades en las que sus compañeros participen por tiempo indefinido.
Tigresa deberá regresar al Palacio de Jade junto a su maestro.
Ninguno replica.
Juntan el puño derecho con la palma de su mano izquierda e inclinan la cabeza, conservando la poca dignidad que les ha quedado. El aire se siente como una condena: pesado, lúgubre, lleno por un silencio tan tenso como las cuerdas de la vida misma.
Shifu les ordena disculparse, pero Po y Tigresa ni siquiera se dirigen una vaga mirada de reojo. Los pocos segundos que su maestro espera por tan disculpa pasan en silencio, tensos e incómodos, como el silencio que precede a un funeral. Es Tigresa quien, lentamente, da media vuelta y queda de cara a Po. Él la imita. Se mira y al mismo tiempo no lo hacen. Se ven, pero no se observan, mientras inclinan su cabeza.
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Mi mayor pecado
FanfictionEsta historia no me pertenece. Derechos a sus respectivos autores por hacer tan maravillosa obra (⌐■-■)