La dura realidad de tus propios actos... Bienvenido
Tigresa despierta y se encuentra abrazada a un cuerpo más grande que el suyo, masculino.
Se queda quieta en su lugar, con la vista fija en algún punto indefinido de la pared. La mente en blanco, sus labios entre abiertos, su mejilla presionando sobre el pecho de Yuan. Escucha su corazón latir, siente el ritmo lento de su respiración. La relaja. Vuelve a cerrar los ojos y se acurruca en el brazo que la rodea, un agarre firme y posesivo que aunque no permite mucho movimiento, le resulta cómodo y acogedor.
Una de sus piernas está sobre las de él. La mano derecha del chico se entrelaza con la izquierda de ella, descansando despreocupadamente sobre el abdomen del felino. Con cuidado, Tigresa la suelta, asegurándose de no despertarle. Se muerde el labio cuando, muy suavemente, desliza sus dedos por el torso masculino. Recorre cada pequeño rasgo marcado, trabajado por el entrenamiento de años, dibuja líneas invisibles entre su pelaje.
No está muy segura de cómo es que se quedaron dormidos. Recuerda que cuando llegaron, ya no había nadie en el patio, que todos estaban en el interior del templo, en uno de los salones principales. Ellos se colaron por los bordes, escaparon de la vista de todos y se internaron en las barracas. Entraron al cuarto entre besos y se dejaron caer en la cama de igual manera, hasta que decidieron que debían parar. No hablaron mucho, solo se quedaron en silencio, contemplando al otro, jugando con sus manos o mimándose con suaves caricias. El tiempo pasó más rápido del que pensaron y pronto ambos cayeron dormidos.
Tigresa no se ve alterada por la oscuridad del cuarto, delatando que ya ha anochecido hace bastante. No le importa que Shuo pueda preguntarse donde esté, mucho menos le importa que, tal vez, su padre o alguno de los chicos quieran hablar con ella. No le importa.
Todo en lo que puede pensar ahora es en la mano de Yuan acariciándole lentamente la cintura.
-Pensé que estabas dormido -Susurra.
-Lo estaba.
El leopardo lleva su mano libre, la que antes sostenía la de ella, por detrás de su nuca, a modo de almohada.
-Eres una buena almohada -Intenta bromear.
Pero su voz es demasiado apagada para ello. Yuan ríe, una risa nasal y casi sarcástica.
-¿Te cuento un secreto, Tigresa?
-Si tú quieres...
-Anoche fue la primera vez en muchos años que dormí tan bien.
-...
No sabe qué responderle. ¿Cómo se supone que una contesta a esas confesiones?
-Y esta es la segunda -Prosigue él- Me gustaría dormir contigo todas las noches.
Su mano se tensa en la cintura de ella, la estrecha, apoyando sus propias palabras. Tigresa sonríe, escondiendo el rostro en el pecho del chico, respirando aquel suave aroma al cual comienza a volverse adicta.
-A mi igual.
Y puede que ambos quieran quedarse allí, pero saben que es tarde y que deben salir. Tigresa debe volver con Shuo y Yao, por más que quiere y lo intenta, sabe que no puede evitarlo.
IIIIIII
Tigresa se arrepiente de haber vuelto en cuanto abre la puerta de la casa. Tal vez no de haber vuelto, pero sí de no haber entrado por la ventana de su cuarto y ocultarse, mínimo, hasta el día siguiente.
Junto a Yao y Shuo, sentados en la mesita central de la sala y tomando té, está también Shifu. Los tres conversan animadamente y callan al oír la puerta abrirse. Las miradas que se posan en ella van desde la más sincera preocupación, hasta el más fiero reproche. Sabe que le espera una buena, de esas que te dan cuando niño, de las cuales no olvidas nunca y cuando cumples noventa años, aún recuerdas.
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Mi mayor pecado
FanfictionEsta historia no me pertenece. Derechos a sus respectivos autores por hacer tan maravillosa obra (⌐■-■)