Chapter 4: Amor, vaya estupidez
En como el amor vuelve estúpida a una.
Se repasa una última vez en el espejo de su cuarto, dando un último vistazo a su aspecto antes de salir del cuarto. No se ha arreglado mucho. Tan solo cambió su usual chaleco rojo por una blusa de mangas largas y anchas, también roja, bastante holgada y que llegaba casi hasta sus muslos. Por algún motivo, quiere verse bien. Dicen que las mujeres ponemos especial esmero en arreglarnos por dos motivos; para sentirnos bien y para demostrar a otros que lo estamos, aunque no siempre sea así. Tigresa no está bien, de hecho, se siente deplorable, pero no quiere que otros se enteren de ello. Sería humillante que Po la viera tan demacrada y no está de humor para dar explicaciones a Víbora o a quien sea, aunque no sabe realmente qué le preocupa, pues eso de dar explicaciones jamás fue lo suyo.
Ese pensamiento, al igual que muchos otros, le hace pensar en Po nuevamente. No, jamás dio explicaciones a nadie... hasta que Po comenzó a pedirlas. ¿Por qué tendría que cambiar por él? ¿Qué lo hace tan especial?
No sale de su cuarto precisamente ocultándose, aunque si deseo no es encontrarse con alguien en ese momento. Por suerte, ni siquiera Po parece andar cerca. Es consciente de que se pasó bastante con el tiempo, pero tampoco está de humor para apresurarse. Sabe que, si Cheng quiere, la va a esperar... sino, que va, no le importa demasiado. No solo baja al valle por él, sino porque también le toca hacer la compra de aquella semana.
Baja las escaleras cada vez más convencida de que el lince no se encontrará ahí, pero para su sorpresa, el lince aún la espera sentado en los últimos peldaños. Cheng inmediatamente se coloca de pie al verla llegar, esbozando aquella sonrisa tan de niño, y avanza para saludarla con un efusivo abrazo. Tigresa no se niega al contacto.
-¿Hoy a dónde?
Tigresa amplía la sonrisa y alza la mano derecha, enseñando la pequeña lista doblada en cuatro, dejando que Cheng la tome para leerla.
-De compras -Responde ella.
El lince alza una ceja.
-Jodeme que es para todo un ejército.
-No te imaginas como tragan los pandas... y los monos... y todo individuo masculino, de hecho.
-Ja ja, me parto de la risa.
Tigresa ríe y sin responder, comienza a caminar hacia el valle, seguida por Cheng, que lee uno por uno los artículos y las cantidades anotadas en aquella lista. Se gastaba alguna que otra broma al respecto y Tigresa le reía la gracia.
Cheng era gracioso sin intentar serlo, le salía natural, y a Tigresa le gustaba mucho eso, porque podía percibir la sinceridad en cada uno de sus actos, desde las más pequeñas sonrisas, hasta cuando se animaba a confesarle algún secretito. Me gusta tu sonrisa, le había dicho la segunda vez que se vieron. Te ríes lindo, le confesó la tercera. Tus ojos son únicos, le murmura ahora, observándola fijamente a estos. Tigresa agradece los cumplidos con la misma ternura con la que agradecería el cumplido de un niño. Las mejillas de Cheng siempre se tiñen de un leve rubor, pues no solo hay sinceridad en sus acciones, sino también una inocencia tierna y aniñada que lo vuelve aún más lindo a ojos de la maestra. Da la sensación de aquel pequeño enamorado de su profesora.
Es fácil hallar algún tema de conversación, este aparecía naturalmente, sin la necesidad de pensarlo demasiado. Cheng hablaba mucho y a Tigresa le gustaba escuchar. Se veían todas las tardes. A veces quedaban en cenar juntos, otras daban un paseo por el valle o simplemente se sentaban en algún banco a matar el tiempo. Cualquier opción les quedaba bien. El lugar era realmente lo de menos, lo importante era poder tener aquellas conversaciones tan divertidas.
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Mi mayor pecado
FanficEsta historia no me pertenece. Derechos a sus respectivos autores por hacer tan maravillosa obra (⌐■-■)