12. La búsqueda

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Veinte minutos duró el recorrido desde mi casa hasta el bosque de Nanuet, al sur de la ciudad.

Durante el tiempo que estuvimos en el auto, el recorrido se tornó silencioso, aplacándose únicamente por mi voz cuando dirigía a Edan por las calles asoladas.

Había memorizado ese camino desde pequeña, cuando junto con mis padres llegábamos al bosque para tener una tarde en familia. Preparábamos comida y la llevábamos para hacer un picnic. Al caer la noche armábamos una tienda para acampar y antes de dormir contábamos historias fantásticas.

Todo era perfecto.

Al llegar al bosque, Edan estacionó el auto a la orilla de la vacía carretera, salió sacando las lámparas y me entregó una.

Respiré profundo y salí.

La brisa fría de la madrugada provocó que mi piel se erizara a pesar de la sudadera que me cubría. Los recuerdos de tan bellos momentos que viví junto a mis padres en ese lugar invadían mi mente, eran tan intensos que no pude evitar que una lágrima resbalara por mi rostro.

Nunca nada volvería a ser igual.

No se si Edan se fijó de mi minúsculo momento de debilidad, y si lo notó, en ese instante no dijo nada.

Con las lámparas encendidas avanzamos en silencio, uno al lado del otro, por el camino marcado por el paso de los turistas que se aventuraban a adentrarse en el bosque con sus bicicletas, familiares, sus parejas o incluso solos.

Una rama crujió detrás mío, el miedo me hizo ir de bruses contra el suelo.

—Disculpa, no vi la rama —se excusó Edan, al tiempo que me tendía la mano para poder levantarme.

La tomé sin dudar, no era muy cómodo el suelo.

Me sacudí la tierra de la ropa bajo su atenta mirada.

Embarazoso momento.

Me distraje tanto con mi vergüenza que entonces no me había percatado de que aun sostenía mi mano, sino hasta cuando sentí el tirón que me obligó a aterrizar en su pecho.

Tuve que buscar equilibrio poniendo las manos en su abdomen empuñando la linterna con la mano izquierda para no dejarla caer. Él, si había soltado la suya.

Por encima de la tela podía sentir sus músculos. Ubicó su mano derecha en mi espalda baja para mantenerme aprisionada contra él.

Alcé la vista, la luz de la linterna iluminaba su rostro. Nuestros ojos se encontraron, los suyos se veían tan hipnóticos y claros, tuve que obligarme a mantener el contacto visual para no demostrar que en realidad me afectaba su cercanía. Con su mano libre me pasó un mechón de cabello detrás de la oreja, lo cual me recordó al día en que casi nos besamos.

Me estaba costando mucho esfuerzo respirar. Su intenso perfume me envolvía alejando cualquier posibilidad de razonar.

Me estaba distrayendo de lo importante.

Podía sentir los latidos de su corazón, fue una increíble sensación.

—¿A qué le temes? —preguntó, su voz salió en un susurro ronco. Sin percatarme terminé detallando su rostro deteniéndome en sus labios.

—A la sensación de soledad —contesté lo mejor que pude.

—Eso no pasará mientras yo esté aquí.

Sus palabras fueron acompañadas de un ligero toque de su índice sobre mis labios, acción que me dejó sin aliento.

Su suave roce pasó de mis labios a mi mejilla izquierda, cerré los ojos instintivamente.

Aike ||PausadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora