Capítulo 21

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Tener a un niño dormido en tus brazos por tanto tiempo cansaba

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Tener a un niño dormido en tus brazos por tanto tiempo cansaba. Nunca había estado en una situación similar, o al menos no recordaba una sola vez en la que haya sido alguien que se apiadara de la desgracia ajena pero, este universo tan extraño la había cambiado aunque sea un poco. Siempre pensaba en sí misma y en lo que podía hacer para lograr sus objetivos, sin importar a quién usaba o a quién apuñalaba por la espalda.

¿A quién engañaba?, por dentro sabía que todo lo que hacía era meramente egoísta, solamente quería encontrar más razones para poder hacer lo que debía para sobrevivir. Simplemente se sintió identificada, había encontrado a otra persona a la que el autor también le jodía la vida. Era como en alcohólicos anónimos, si veías que a otras personas les iba tan mal como tú, te sentías mejor; todo era una falsa empatía.

No pudo soportarlo más, su respiración le irritaba demasiado, ¿saben lo abrumador que es sentir y escuchar el momento de la espiración y expiración en un ser humano? El sube y baja de cada una de las costillas y todo con una parsimonia quisquillosa, era fastidioso. Además, ¿cómo es que tuvo la confianza de dormir en sus brazos? Lo miró fijamente y le sacó la lengua, no era un gesto que le salió en la flor del momento, era algo que le encantaba hacer con todos los niños, siempre lloraban o se enojaban. Es tan divertido, lástima que tenía que ser cuidadosa con él.

Sus brazos se comenzaron a entumir. Sintió un hormigueo doloroso que recorría desde su muñeca hasta su hombro, pronto su mano derecha también empezó a sentir la falta de circulación sanguínea. Aún era demasiado pequeña como para aguantar el peso de un niño de unos 35 kilogramos, ya era más que suficiente, con esto podía hacerle sentir culpable y generarle una buena idea de su gracia y amabilidad inexistente. Le dio dos pequeños golpes en la cabeza con su mano izquierda para levantarlo por fin.

Sus pasmosos ojos empezaron a abrirse lentamente, hasta que se detuvieron en ella; de un momento a otro se paró de golpe y sus mejillas se empezaron a colorear de carmesí.

― Yo... yo lo siento. No... no fue mi intención ― balbuceó el niño pequeño delante de Dianne.

― Lamento haberte despertado, mi brazo ya está rojo – replicó mostrándole su mano y sacándose un poco la manga.

― Lo siento, yo de por si... soy un... lastimé a mi amigo.

Pequeñas lágrimas empezaron a correr por su rostro. ¿Otra vez? ¡En serio que este niño era una magdalena viviente! Tomó toda la paciencia que le quedaba y mejor decidió tomarlo a su favor.

Se levantó con cuidado y volvió a acariciarle su pequeña cabeza para calmarlo, solo sabía hacer eso porque a los perros les gustaba.

Se sintió poderosa por un momento; ella era mucho más alta que Claude puesto que era dos años mayor. Las niñas crecen más rápido que los niños, le llevaba casi 20 centímetros de altura.

― No te sientas mal. No hiciste nada mal, ¿para qué están los amigos? ― Dijo mientras se arrodillaba y le pellizcaba sus mejillas regordetas. No era su culpa, amaba irritar a los niños, tristemente este niño en vez de molestarse la vio con una mirada cálida y de fascinación.

Dianne: la verdadera princesa encantadoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora