Dianne ya había previsto esta situación, o más o menos.
Ella era una mujer precavida dentro de lo que cabe. Sabía que alguien más podría darse cuenta de esta estúpida piedra, no sabía mucho de magia, pero alguien con demasiado mana podría captarla. Se supone que ningún mago podría descubrirla –cabe decir que por eso costó una fortuna ― pero personajes como la familia real o el mago de la torre claro que podrían.
No desconfiaba de Athanasio puesto que él no tenía talento suficiente para hacer algo, en cambio del rey... bueno, ahora ya no le temía; si alguna vez tuvo algo de gloria pues esta ya había desaparecido, entre tantas mujeres y alcohol ¿qué notaría?
En todo esto, solo le quedaba una sola persona: Claude.
Bajo un poco la guardia a sabiendas que era un mocoso, pero al parecer todavía no sabe controlarla y rompió el brazalete. Ella se había cortado el cabello a sabiendas de si algo parecido así sucedía, el problema es que había fallado por completo. Por culpa de que no la despertaron y durmió de más al llegar, ni siquiera pudo teñirse el cabello apropiadamente, ni se le pasó por la cabeza, ¡ soldados imbéciles! Ahora, el personaje menos indicado conocía mejor más su apariencia.
Lo miró más profundamente mientras lo ayudaba a pararse y ella se limpiaba con cuidado su traje, era un desperdicio de ropa. Se sacudió el cabello y se tocó el puente de la nariz.
― Digamos que odio el rubio, no me gusta ¿cuál es tu nombre, niño? ― Dijo sin mucha reserva.
― Mi cabello es rubio. ¿No te gustaré? ¿Me odiaras? ― Apuntó el pequeño Claude mientras varias lagrimas salían.
¡Por Dios que odiaba a los niños! Nunca se llevó bien con ellos, ni jugo con ellos y ahora resulta que tenía que encargarse de este engendro. Se concentró lo mejor que pudo, y se enfocó en la única persona agradable que conocía y que era bueno con los niños: Adriel. Desde ahora creería firmemente que debería de ganar un Oscar todos los putos días del año debido a sus actuaciones diarias.
― No me gusta en mí, pero en ti se ve muy lindo ― exclamó y le despeinó el cabello con cuidado. Él la miró con ojos llenos de asombro y tranquilidad ―. ¿Qué haces aquí? ¿Te perdiste?
― No me perdí yo solo... quería ver quien había llegado. No le digas a nadie, mucho menos a la emperatriz, por favor, yo...
Pequeñas lágrimas seguían saliendo de sus extraordinarios ojos. Muchas personas decían que ver llorar a alguien no era hermoso, pero ver a Claude, con esos ojos sacados de otro mundo era una escena hecha para una pintura. Dianne, además de pensar en su belleza solo deliberó en lo radical que era la vida para transformarlo en un ser sin sentimientos, aunque entendió todo, tal vez sentía demasiado y por eso hizo lo que hizo.
Al final sacó un pañuelo de su bolsillo, imitando a todos los caballeros en las películas puesto que no se le ocurrió otra cosa más que hacer. Le secó las lágrimas de su cara con cuidado.
ESTÁS LEYENDO
Dianne: la verdadera princesa encantadora
Fanfiction¿Qué harías si despertaras en la madre de la protagonista? Dapinka, una joven universitaria y bailarina de danza oriental, era la chica más indeseable, conocida por coleccionar hombres como si fueran monedas. Ella, reencarnó en la madre de la prota...