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Nunca le había agradado las estaciones de policía, había demasiado ruido, personas caminando de un lado para otro, esposados, policías, se escuchaban gritos desde el pasillo de las celdas. Un olor repulsivo, hacia arder su nariz, sus ojos estaban cansados por la luz blanca brillante de las lamparas, definitivamente odiaba ese lugar. Termino de firmar los papeles y se los entrego a la guardia, la mujer controlo que todo estuviera en orden y con un movimiento de su mano, su compañero desapareció por el pasillo, se escucho un grito y una reja abrirse. El guardia apareció junto a Toji, este caminaba lento mirando el suelo, la ropa sucia con sangre y mojado, tenia cortado el costado de su mejilla y vendajes en las manos. 

En cuanto lo tuvo a pocos metros, lo tomo con fuerza del brazo, sintiendo el olor alcohol que emanaba. 

-Gracias, oficial, tratare de que no se meta en mas problemas.- el hombre asintió, mientras se daba la vuelta para hablar con su compañera. -Buenas noches.- sonrió, pasando su brazo por la espalda del pelinegro, para poder cargarlo. 

Afuera estaba caluroso, la humedad tampoco ayudaba, con haber estado unos minutos, el pelo se le pegaba a la frente por el sudor. Comenzaba a fastidiarse, en cuanto llego al auto, saco las llaves del bolsillo y lo abrió. 

-Mueve el maldito trasero.- gruño, dándole un golpe en la cabeza, luego del golpe pareció reaccionar levemente, lo miro con su típica cara de molestia y entro al auto. 

Estaba cansado, quería dormir, ya eran casi las cinco de la mañana, lo habían tenido sentado esperando como un idiota. Arranco el auto, estaban a media hora de la casa de Fushiguro, freno, mirando enojado el semáforo en rojo, por que siempre le pasaba lo mismo. Un gruñido lo saco de sus pensamientos, desviando la mirada a su lado, Toji miraba anonado sus manos. 

-Dilo de una puta vez.- la luz del semáforo rojo iluminaba su rostro, haciendo que su amoratada cara se viera peor de lo que estaba. 

-¿Que quieres que diga?.- Toji volvió a gruñir por el tono tajante del albino, quería que lo regañara que lo maldijera pero no obtenía nada de eso, solo un silencio que lo mortificaba. 

-Que soy una puta mierda, un maldito inútil que no es capaz de cuidarse a si mismo y mucho menos a su hijo.- su voz temblaba por el nudo que se formaba en su garganta, apretaba los puños con fuerza. El resto del camino fue silencioso, hasta que Satoru se estaciono frente a la casa el pelinegro, solo cuando el auto estuvo apagado, volteo a verlo. 

-Si quieres hablar de tus problemas, lo haremos cuando estés sobrio. Ahora solo te diré que esta es la segunda vez que te salvo de la cárcel, no habrá una próxima.- bajo del auto y dio la vuelta para ayudarlo a salir. 

Saco la llave de la puerta de entrada y abrió. Dentro estaba oscuro pero por suerte la llave de luz del pasillo estaba cerca de la puerta. Toji se quito los zapatos y estaba por entrar en la cocina cuando Megumi apareció frente a ellos. Los miraba con atención, analizando lo que sucedía, su semblante de preocupación, hizo que Gojo sonriera.

-Esta bien.- asintió. Se acerco para acariciar su cabeza, recibiendo un quejido. 

-Puedes irte, gracias por todo.- 

-No me jodas, me quedare a dormir hoy.- fue hasta el sofá y se tiro boca abajo. -Ademas no es como si tuviera mucho mas tiempo para descansar, son las cinco y treinta.-  

Megumi seguía parado en su lugar, como si algo le impidiera moverse o hablar. Su padre paso a su lado, yendo a su habitación. Lo siguió con la mirada y fue a verlo, el enojo que sentía era pequeño en comparación a la preocupación que sentía. Abrió lentamente la puerta, la única luz que iluminaba el cuarto, era la luz del exterior que se filtraba por la ventana. 

OportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora