Michael pasó los siguientes días en cama. A pesar de los intentos del soldado de poder hacer algo en la base; sus compañeros, su comandante y hasta hombres con los que nunca antes había hablado no lo dejaron, dándole ordenes de que fuera a recostarse, como si fuera un niño de cinco años en su hora de dormir.
Michael se sentía inútil acostado, observando el techo de su tienda mientras en su alrededor escuchaba el bullicio de las personas y de los objetos que movían.
Al fin y al cabo, los rumores de que se iban a trasladar eran ciertos.
Al principio los soldados estaban moviendo elementos, guardando otros por las ordenes que les dieron sus superiores, pero luego de preguntar tantas veces y de manera repetida que llegaba a marear, les revelaron la razón.
Al principio quedaron impactados, pero luego entendieron por qué lo estaban haciendo.
Bases a unos kilómetros necesitaban ayuda y ellos ya no tenían nada más que hacer en estos lugares. Ya habían inspeccionado ciudades vecinas, ya habían matado a los alemanes que tenían que matar. Lo único que les quedaba era trasladarse y seguir con su propósito, con sus trabajos en esta guerra.
Tres veces al día, Abigail iba a revisar el estado del hombro de Michael. Lamentablemente, se les habían acabado el alcohol que utilizaban para desinfectar. El miedo de que la herida de Michael se infectara estaba presente en la cabeza de la chica y no se perdonaría si llegaba a suceder. Ya le bastaba con matar su cabeza con que fue su culpa que le hayan disparado. No necesitaba una segunda causa para sentirse culpable.
Esas tres veces que iba a ver a Michael, el chico le preguntaba que es lo que estaba sucediendo fuera ya que también le había prohibido que saliera de la tienda. Las veces que lo había intentado, se encontró con que alguno de sus compañeros de tanque estaba vigilando o alguna otra persona. Y claramente, no lo dejaron salir porque eran ordenes de Don Collier, el sargento más temido de la base.
Principalmente, la orden de que no saliera de la tienda era porque Don tenía la teoría de que Luke (o Wolfgang) le había contado a alguien de su plan (tiene que habérselo contado a alguien, respondió eñ sargento cuando Michael le preguntó, no pudo haberlo empleado solo), entonces tarde o temprano alguien iba a llegar y los iba a matar, terminando el plan que el chico de ojos azules había creado.
Quizás también por eso necesitaban trasladarse como si fueran nómadas.
Los alemanes sabían su locación exacta y en cualquier momento los podían atacar, como lo habían hecho con los demás ejércitos y ciudades inocentes.
El soldado, como tan solo podía estar acostado, observando el techo de la tienda como si fuera la quinta maravilla del mundo, esperaba ansiosamente la visita de la enfermera joven (o su enfermera, como lo pensó en un momento (hay que decir que sus mejillas se pusieron rojas de tan solo pensarlo y justo en ese momento estaba con Grady, quien le hizo bromas y le insistió en saber el por qué sus mejillas estaban rosaditas. A Michael no le quedó otra que contarle), ansioso por tener la compañía de alguien que fuera de su edad y que fuera como él. No es que despreciara las visitas que le hacía su sargento o hasta sus compañeros de tanque, pero la relación que había creado con Abby en tan poco tiempo era... inigualable. Esa era la palabra que lo describía a la perfección.
Como esperaba ansiosamente su visita, ya hasta había adquirido la capacidad de poder reconocer sus pasos. Eso si, le fue difícil. Todos en la base ocupaban los mismo zapatos, hasta las únicas dos mujeres que habían y por lo mismo, los pasos sonaban iguales tanto en el barro como en el interior de la tienda. Pero al darse cuenta de que Abigail no producía tanto ruido como los demás, logró diferenciarla.
No tan solo lo visitaba Abigail, si no que también Stella. La mujer había sentido una lástima por el chico cuando la rubia le contó, que se propuso la meta de por lo menos visitarlo una vez al día, y de reemplazar a Abby por si ella se encontraba ocupada.
Cuando lo iba a visitar, le traía más comida de la que ya había ingerido y como no, Michael la aceptaba felizmente. El ojiverde estaba seguro de que iba a comenzar a engordar y el uniforme ya no le iba a quedar.
Stella se comportaba como esa abuela que le da comida a sus nietos a las espaldas de sus padres o como el abuelo que le da dinero a sus nietos como si estuviera traficando droga.
Michael estaba con sus ojos cerrados, su mano detrás de la cabeza mientras tarareaba una canción que le había estado rondando por la cabeza en los últimos días. Era la última canción que había escuchado antes de que los ingleses lo sacaran del país contra su voluntad. En su cabeza, aún retumbaba los gritos de su madre y de su hermano pequeño, pidiéndole a los militares ingleses de que no se los llevaran. Michael intentaba bloquear lo más que podía el recuerdo. Si era necesario golpearse en un nervio para olvidarlo, lo hacía.
Era una canción en español y como no conocía el idioma a la perfección, no le quedo otra que poder comprender la melodía.
De una u otra forma, así compensaba su tristeza de no poder entender las letras.
Y lo hizo. No tan solo con esa canción, si no con las demás que había escuchado en sus años en España.
Estaba tarareando su parte favorita cuando un ruido lo alertó.
En un segundo se encontraba con su mano derecha apoyada en su cama y sus ojos en la dirección con la que creía que había venido el sonido.
Se encontró con Abigail, que había botado un balde sin querer al pasar. La chica se encontraba con uno de sus pies en alto y su rostro mostraba una expresión de disculpa combinada con una de diversión.
Michael rió y se sentó. Intercambiaron sonrisas y miradas antes de que la chica se acercara a hacer su rutina médica diaria.
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1945
Fanfictionmil novecientos cuarenta y cinco, también conocido como el último año de la segunda guerra mundial.